La tolerancia es una condición esencial en cualquier sociedad democrática y educada. Los ciudadanos debían tener la educación, por haber pasado alguna vez por una escuela, para escuchar los razonamientos y propuestas de los otros, y solo entonces, después del conocimiento de lo que se está proponiendo, pueden responder reconociendo el derecho de los demás a opinar.
El respeto es otra condición importante. Descalificar a priori cualquier propuesta, ya sea una marcha, una consigna, una idea de respeto a los derechos humanos, es algo que está a la orden del día en la sociedad dominicana, y los ejemplos saltan a la vista.
Pareciera que la sociedad dominicana está cansada, está harta de escuchar y de aceptar ideas pasivamente, y que ahora andamos con irrespeto a todo cuanto nos resulte desagradable, olvidando que nuestros derechos terminan donde comienzan los derechos de los otros.
Es lo que ocurre con lo que cuentan otros países sobre la República Dominicana, o lo que dicen organizaciones de derechos humanos, a las cuales descalificamos sin siquiera conocer sus razonamientos. Lo ocurrido la pasada semana a José Miguel Vivanco, representante de Human Rights Watch, en una rueda de prensa puede servir de ejemplo. Personas que estuvieron en la rueda de prensa, que no eran reporteros, introdujeron la cizaña y atacaron irrespetuosamente a Vivanco, y de paso entorpecieron el trabajo de los periodistas y dejaron una pésima imagen del trabajo de los reporteros en la República Dominicana.
Otro incidente ocurrió en el Aeropuerto Internacional de las Américas, en donde Vivanco fue retenido por varias horas, impedido de abordar dos vuelos hacia Miami, hasta que se dieron cuenta de que habían cometido un error, dando la apariencia de que la retención era una represalia por el contenido del informe que presentó Vivanco horas antes en el país.
La caravana del orgullo gay, que se realizó este domingo con motivo de que el mes de julio en todo el mundo se celebran las actividades de este colectivo, ya es motivo de ataques desconsiderados, ofensivos, denigrantes, irrespetuosos y prosaicos por parte de gente que interviene en las redes sociales y en las secciones de comentarios de los medios de comunicación. Atropellando a los lectores interesados en participar en los debates, los agresores e irresponsables que no toleran el diálogo o el debate, utilizan todo tipo de epítetos para dañar la divulgación de informaciones y la discusión. En definitiva estos individuos, que se disfrazan con pseudónimos anulan la posibilidad de un diálogo decente. Insultan, atropellan, utilizan palabras obscenas e interrumpen la posibilidad de que los demás opinen. Es como si estuvieran provocando que los medios cierren las secciones de opiniones que han creado, cosa que ya han conseguido en algunos diarios, pero que otros, como es el caso de Acento, han insistido en mantener como una forma de sostener la libertad de expresión, en especial para el público que desea escribir y opinar sobre los diversos tópicos que a diario se abordan en las páginas de estos medios.
Y lo mismo ocurre con informaciones sobre los temas migratorios y las políticas dominicanas para la regularización de extranjeros en condiciones irregulares y la ley de naturalización. No entienden nada, o se niegan a entender que se trata de asuntos diferentes, y desbarran en cada nota periodística toda sus frustraciones, su falta de educación y su intolerancia y falta de decencia, porque se piensan en un burdel donde no existe norma ni respeto a nada. Y allí defecan su histeria, sin saber de qué se habla o sobre lo que se escribe. Insultan, reclaman la vuelta a la dictadura de Trujillo, piden muerte a los traidores y pareciera que sacian sus ansias de ver sangre en un comentario en el que no se atreven a dejar seña de quién es el truhán o charlatán que lo escribió, porque hasta ellos mismos se avergonzarían de lo que han hecho.
Estos atropellos son el fruto de un estado de intolerancia colectivo en que ha ido cayendo la sociedad dominicana, incentivada por razones políticas, en un primer momento, y por un patriotismo mal entendido, insuflado de veneno, otras veces aderezado con un altisonante credo pseudo religioso. Y nada merece respeto. Ni la historia, ni la ética, ni la decencia, ni la educación, ni los valores esenciales que aprendimos desde nuestros hogares, de ser pacientes, decentes, respetuosos y siempre defensores de valores humanos que nos dignan, como dolernos del dolor ajeno, ocuparnos del más débil, servir a quien nos necesita o rechazar el abuso de poder que se ejecuta contra los más débiles.
La decencia, la tolerancia y la educación son partes esenciales del ser dominicano que en los últimos tiempos hemos ido perdiendo, y que no pareciera existir nadie en el Estado o en el sector privado que se ocupe de defender esta esencia de la dominicanldad. Hemos sido y somos un pueblo bravo y valiente, en especial frente al abuso, frente al poder y frente a las injusticias. Terencio fue quien lo dijo y Orlando Martínez lo acuñó en la República Dominicana, y lo repitió siempre en todas sus columnas periodísticas: Nada humano me es ajeno, y ese pudiera ser un pensamiento para ayudarnos a ser un poco más respetuosos y tolerantes.