La República Dominicana está de fiesta. Celebra lo que ahora se llama independencia nacional, obtenida hace 174 años contra los haitianos. Desde el primer momento ese proceso histórico se conoció como separación, porque Haití no era una potencia explotadora, sino una parte del territorio de la isla en la que se habían refugiado los antiguos esclavos, y habían dado la batalla a los franceses y lograron proclamar la primera república negra en América, en 1804.
La calle El Conde, ampliamente conocida y que conduce directamente al Parque Independencia, se llamó durante un largo trecho de nuestra historia la calle Separación, en reconocimiento y homenaje a lo que ahora se proclama como Independencia Nacional.
Revisemos rápidamente lo que celebramos como Independencia Dominicana. Fue un sueño, una idea, una aspiración del joven Juan Pablo Duarte y del grupo de muchachos que le acompañaron en esa pretensión, llamados Los Trinitarios. Idealistas y aferrados a la cultura, hicieron todo cuanto les fue posible para proclamar la separación de los haitianos, hasta llegar al 27 de febrero de 1844, cuando reunidos en la Puerta de la Misericordia, ante la vacilación de algunos de los presentes Ramón Matías Mella disparó su trabuco y comprometió a los todos convocados. Desde allí caminaron por la calle hoy conocida como Palo Hincado, y llegaron hasta la Puerta del Conde y se produjo la proclamación de la República Dominicana.
No hubo batalla ese día, pero posteriormente sí se produjo un alzamiento de un grupo de negros libertos en Bayaguana, quienes estaban preocupados porque pensaban que esa proclamación implicaba el retorno de la esclavitud, que había sido abolida por los haitianos.
República Dominicana nació como nación separándose de los haitianos, que no eran ningún imperio, sino un grupo de civiles y generales convertidos en políticos para conseguir instalar una república libre de esclavitud. Se unieron a Simón Bolívar, le apoyaron en su lucha libertaria de por lo menos cinco naciones latinoamericanas y hablaron de libertad como lo hicieron grandes latinoamericanistas. El pueblo dominicano se había forjado su propia convicción, y Juan Sánchez Ramírez y Núñez de Cáceres hicieron esfuerzos para que nos separáramos de los haitianos. La tendencia era que nos aliáramos a una de las potencias importantes de entonces, fuera España, Francia, Estados Unidos o Inglaterra.
Los grupos conservadores dominicanos no creían posible las ideas de Duarte. Duarte era considerado además de idealista, un belicoso. Y Duarte no estuvo presente en los momentos clave de definición del destino dominicano: Ni el febrero de 1844 ni en la Restauración de la República, en 1865. Los políticos de experiencias, como Tomás Bobadilla y Buenaventura Báez, y los hacendados con experiencia bélica, como Pedro Santana, se aprovecharon de los Trinitarios y sus éxitos separatistas. Los echaron a un lado tan pronto se produjo el trabucazo, y asumieron el control del poder, y jamás soltaron ese poder.
Los gobiernos fueron de Santana y Báez. Mella quiso promover a Duarte como candidato a la presidencia, y hasta hubo intentos por proclamarlo presidente en el Cibao, siendo Mella jefe militar en la región norte, pero nada de eso fue posible. Duarte era muy idealista para aceptar una cosa así. Jamás gobernaron los trinitarios. Ni Duarte, ni Sánchez ni Mella fueron administradores de poder en el nuevo Estado. Tampoco consiguieron poder en la lucha por la Restauración de la separación de Haití. Santana nos anexó a España, y se convirtió en el Marqués de Las Carreras, y está en el Panteón de los Héroes Nacionales.
Los Trinitarios jamás llevaron sus ideas a ningún gobierno, debido a que no les permitió gobernar. Los Trinitarios no se prestaron a renunciar a sus convicciones a cambio de la Presidencia de la República.
La gran batalla de esos años fue impedir nuevas anexiones del país a Estados Unidos, o a Francia. Eran las ideas y los esfuerzos de los grupos políticos conservadores representados por Báez y Santana. Pedro Henríquez Ureña, el más reconocido y grande de los intelectuales dominicanos de todos los tiempos, consideró que la verdadera independencia dominicana se obtiene en 1873, cuando se impidió que la República se convirtiera en territorio adherido a los Estados Unidos.
Los gobiernos efímeros de Ulises Francisco Espaillat y Gregorio Luperón no pudieron tampoco sentar las bases de una sociedad democrática y justa, de acuerdo al pensamiento duartiano.
No es ingratitud ni sacrilegio reconocer, a modo de reflexión crítica -triste si se quiere- que los Trinitarios fracasaron, si se entiende el éxito político como la obtención del poder a cualquier precio.
En consecuencia, como sociedad y como país somos el resultado de los gobiernos despóticos y dictatoriales de los que nunca creyeron en la República Dominicana.
Recordamos a Duarte y a los Trinitarios con gratitud, por su ejemplo y sacrificio, y porque se inmolaron por esta República, pero hay que entender que fueron derrotados, que perdieron siempre sus batallas, y que aún las siguen perdiendo.