En 1942 se publicó la primera edición de Cartas a Evelina, del doctor Francisco Moscoso Puello. La carta número 10 estuvo dedicada a los empleados públicos, a los vividores de la Hacienda Nacional, y a una reflexión sobre el papel de la oposición. Fue una descripción sincera, honesta, muy de la época a la que describe, y de los antepasados, y se entiende que el autor describía esa realidad para que pudiéramos tomar distancia de ella. ¿Lo hemos logrado, 77 años después de publicada la primera edición del libro Cartas a Evelina? Tal vez el doctor Moscoso fue muy ácido en su crítica. Pero no deja de ser actual.

“Los hijos del país, no hacen nada, o viven de la política o barren las calles. Y no se preocupan por esto. No les importa. No están preparados para nada. Abandonan los negocios lucrativos por los empleos. Los empleos son su ilusión, su sueño dorado. Un nombramiento los enloquece. Por ser algo, cualquier cosa, dan la vida. Cuando están formando parte del gobierno viven una vida de dilapidación y de placeres; cuando están abajo, cuando han sido despedidos, por algún cambio de administración, no se ocupan de otra cosa, esperando el momento de volver al poder. Son unos haraganes. Y no consideran esto como una deshonra, por el contrario, se sienten orgullosos.

Siempre hay en Santo Domingo un grupo de desocupados en el parque, en los cafés, en las calles, que solo se ocupan de hablar mal de los que están empleados y del gobierno. Van de  aquí  para  allí,  corretean  por  las  carreteras,  charlan  en  los clubes, secretean, amenazan,  escriben en los periódicos,  lanzan propaganda,  pero no trabajan,  no hacen, absolutamente  nada, son de la oposición;  ésta es una condición honrosa;  ser de la oposición es ser un  vago,  un pendenciero o vivir  del prójimo,  tener  un  saco verde, unos zapatos viejos, un sombrero amarillo, un cuello sucio y despacharse  de  lo lindo  en cualquier sitio  contra  los  que  están  viviendo del presupuesto. Cuando se  está  en  la oposición, sólo  se  lee  el periódico que está contra el gobierno, se vive en la calle toda el día, se habla mucho,  demasiado,  hasta por las mangas  de la camisa,  de los otros.  Los de la oposición  inspiran  respeto,  están ejerciendo su derecho. Y los que están bien, arriba, los miran con desprecio o con simpatía,  eso depende de las circunstancias.

Se les considera como perros  rabiosos  en  ocasiones,  y  nadie  se  les  acerca;  otras  veces, cuando  están  fuertes, mantienen contacto  con  ellos  por  lo  que pudiere suceder. Ser de la oposición, para los que están arriba, es ser un hablador, un intrigante, o un hombre íntegro, y se le guardan consideraciones por su firmeza, por su obstinación en no hacer nada, en permanecer en  su  puesto   de  honor,  sin  venderse,   hasta  que  la situación no cambie. A veces sucede lo contrario,  y los ciudadanos de la oposición tienen su precio. Se les ofrecen prebendas,  según su condición, y entran a disfrutar del presupuesto.  Porque en todo esto no hay una idea, una convicción.  Están en la oposición,  cuando  no se les da un empleo, y la abandonan tan pronto como se les atiende, de  acuerdo  con  sus  aspiraciones.  La  oposición  es  una  actitud  de defensa  o una posición  de ataque.  Van a ella por necesidad, cuando se  les  despide,  cuando  se  les  echa  del  poder,  o  por conveniencia, cuando  quieren que se les llame. La oposición siempre produce algo. Desde ella amenazan, piden, suplican. Pero hay quienes nunca salen de ella, por inútiles, por inservibles o  por rabiosos empedernidos; y esos viven  siempre  en  la oposición o  de  la  oposición  misma.

Dentro de ella está su negocio. Los tales, son oposicionistas por toda la vida, para vivir del prójimo. Porque en la oposición se puede vivir muy bien o muy mal, depende de la habilidad del sujeto. A veces, la oposición produce  mucho,  tanto  como  el presupuesto. En la oposición  se puede permanecer pobre  o  hambriento,  por temporadas, o por  toda  la  vida,  o enriquecerse fabulosamente. Eso depende de cómo  se maneje  y  de  quien  la maneje.  ¡Las cosas  de  este  país  no están  escritas …!

La oposición vive  en la calle,  en las plazas  públicas,  en los  cafés,  en los clubes.  Tiene  sitios predilectos.  Así,  en el parque  Colón,  en Santo  Domingo,  tiene bancos  que son exclusivamente para su uso. El parque Duarte, en San Pedro de Macorís, también  los tiene.  Hay hoteles,  fondas,  cafetines,  para uso de la oposición. Porque los dos bandos  se respetan,  se temen, a veces se odian.

La oposición es muy madrugadora, se levanta temprano.  Como  sus miembros  no trabajan, por lo regular  salen a la calle en las primeras horas  de la mañana, para comenzar a ejercer sus funciones.  Esto es visto con la mayor naturalidad por todos. El cochero, el limpiabotas, dicen,  al ver los grupos  con su indumentaria característica, la mirada hostil,  el gesto amenazador, cuchicheando; ésos son de la oposición. En esto pasan el día y parte de la noche. Acabando con el gobierno. Ésa es la consigna. No se les puede  hablar de otras ocupaciones que no sea la política.  Perder un empleo  del gobierno  y dedicarse a otros  trabajo  es considerado como  denigrante  en  este país.  No hay más que dos medios dignos de ganarse la vida: o empleados del gobierno  o  en  la  oposición.  El dominicano no  entiende  de  otra  cosa.  El comercio  es  para  el  extranjero,  y  la  industria también,  porque  no pueden ser políticos. Ésa es la verdadera condición de Santo Domingo, y mientras,  nos aprovechamos de  esto,  y  aunque  el  país  es pobre,  los  extranjeros podemos hacer  regulares  fortunas  que  nos permiten llevar una vida holgada aquí o en nuestro país.  ¡No he visto gente  más torpe en el mundo,  que estos dominicanos…!