Siempre fue un sueño de toda la vida ser madre. Me costó lograrlo y tras cambiar a una obstetra especialista en fertilidad, realizar tratamientos y muchas oraciones en febrero de 2021 vi las dos rayitas en una prueba de embarazo. Mi esposo, nuestros familiares y amigos y yo estábamos extremadamente felices.
Hice un embarazo sin complicaciones, no tuve malestares, me mantuve activa siempre trabajando y ejercitándome, me cuidaba al extremo para no contagiarme de COVID, comía saludable, seguí al pie de la letra las recomendaciones de mi médico y tomaba religiosamente mis vitaminas prenatales.
Pese a esto, mi obstetra de entonces me hacía ir dos veces al mes a su consulta para controlar más mi peso y me decía desde la semana 16 que mi hijo sería un bebé macrosómico y que no quedaría de otra que realizarme una cesárea, lo cual me pareció descabellado. ¿Cómo sabes eso a esa altura del embarazo?
En la semana 28 me vi forzada a finalmente cambiar de obstetra debido a que no quería acogerse al seguro médico y no fue hasta ese momento que nos dio su tarifario, el cual era exhorbitante para mi y para mi esposo, ambos empleados privados. Esa fue la primera muestra de violencia obstétrica que viví. Pero ahí no se queda todo.
Mi esposo y yo solicitamos recomendaciones de obstetras proparto que se acogieran al seguro médico, de los cuales 2 estaban dispuestos a recibirme a pesar de mi avanzando estado de gestación.
Nos quedamos con una joven doctora que nos pareció la persona idónea para llevarnos hasta la meta que teníamos de un parto natural y seguro. Siempre nos dio la impresión de ser una persona honesta e íntegra.
Hacia la semana 32 hice una alergia en los pies debido al polvo del Sahara por lo que me indicó un antialérgico con corticoides. Me comentó que esto ayudaría a su vez a madurar los pulmones del bebé y me hizo sentir mucho alivio.
Tengo pesadillas todas las noches, lloro todo el tiempo, me dan ataques de pánico por momentos y monitoreo constantemente a mi bebé por si muestra signos de daño neurológico provocado por algún sufrimiento fetal.
Continuamos preparándonos para el momento del parto y nos pusieron fecha en la semana 39 para la inducción. Ese día llegamos a la clínica a las 6:00 am para el ingreso y no nos cabía la felicidad en el pecho. Pusimos música animada, llevé mi pelota de parto y había una vibra festiva increíble ante la llegada de nuestro bebé.
El día antes nos habíamos hecho una ecografía que confirmó nuestro bebé tenía una circular del cordón umbilical pero que no representaba un problema al momento del parto.
Llega la obstetra e inicia el proceso de inducción colocando un monitor fetal y Pitocin vía endovenosa. Cinco minutos después de iniciar los latidos del bebé bajaron a 66 y la obstetra se empieza a impacientar. Gritaba “¡Traigan un camillero! Debemos llevarla al quirófano” y “¡Denme Dextrosa!” (Un fármaco que contrarresta la oxitocina).
Ante esta incertidumbre yo sólo preguntaba si el bebé estaba bien y nadie me respondió. Sé que en pocos minutos los latidos del bebé se restablecieron, sin embargo me bajaron en un santiamén al quirófano, me pusieron epidural y en menos de 15 minutos mi bebé estaba fuera.
Como todo pasó tan rápido, el quirófano no estaba higienizado adecuadamente y no permitieron que la epidural me hiciera efecto. Debido a esto sentí en carne viva cada uno de los cortes que hicieron hasta llegar a mi útero. Claro que les notifiqué que lo sentí todo, pero no me hicieron caso. Cuando llegan al útero, que grito de dolor y se me dispara el ritmo cardíaco, la anestesista me duerme con Propofol y en menos de 10 segundos sacan al bebé. También ahí me perdí el privilegio de ver a mi bebé nacer.
¿Recuerdan el antialérgico? Al final resultó que envejeció la placenta y el bebé perdió 1 libra en la semana previa al parto. No fue tan beneficioso como lo pintaron.
Dos horas después, sintiendo mucho dolor, me suben a la habitación donde al fin puedo conocer a mi bebé. En los días subsiguientes experimenté muchos problemas de salud, entre ellos una fiebre en 40° que me hizo convulsionar. Me indicaron un montón de antibióticos y analgésicos que me hicieron más mal que bien. A todo esto mi obstetra no dice nada que no fuese que tenía que “poner de mi parte” y “hacerme una mujer”.
A 6 días de dar a luz decido realizarme una prueba de antígenos ya que tenía una tos seca muy rara y poco usual en mi. La misma desafortunadamente dio positiva y así la PCR que me realicé. No entendía ni entiendo aun ahora cómo pudo pasar esto, si me realicé una prueba el día antes del parto. También fue producto del quirófano no higienizado y a la falta de higiene en sentido general de este centro médico.
Ante la incertidumbre que provocó mi experiencia, decidí consultar a un obstetra amigo de la familia que atiende en un centro médico retirado de casa y por eso no lo consulté antes, quien me abrió los ojos con relación al proceder de muchos especialistas de la ginecología en nuestro país y todos los abusos que se cometieron conmigo:
1. Muchos obstetras afirman ser pro-parto y te venden un sueño de que te van a ayudar a lograr tener tu parto natural soñado. Pero provocan con una cantidad impresionante de oxitocina contracciones prolongadas que desencadenan un sufrimiento fetal en los bebés para tener que salir corriendo con las madres a un quirófano para cesárea. Esto les ahorra tiempo y les genera ganancias.
2. Como el bebé estaba estable pudieron sacar el tiempo de preparar el quirófano y permitir que mi cuerpo asimilara la anestesia epidural. De este modo no hubiese tenido que sentir los cortes y hubiese podido al menos ver al bebé nacer.
3. En mi caso la incisión que me realizaron fue 2 centímetros más abajo de lo que se realiza normalmente “por fines estéticos”, pero esto hizo todo más doloroso y creó un riesgo grande de infección.
4. En la clínica y para el post operatorio me indicaron antibióticos tan fuertes que pudieron dejarme sorda y provocarme un paro cardiaco.
5. Producto de una faja abdominal post quirúrgica indicada por la doctora y porque la incisión fue realizada muy abajo se me formó un seroma doloroso en el abdomen.
6. Esta práctica es repetida una y otra vez por muchos obstetras en todas y cada una de las clínicas privadas del país, lo cual es lamentable y poco ético.
Mientras tanto estoy aislada, sin poder ver a mi hijo, con este trauma enorme de un mal proceder médico y las hormonas en el suelo propias del post parto. Me cuesta volver a confiar en el sistema de salud de este país. Ya nada se limita a los hospitales. En los centros privados también se viven cuentos de terror.
Pocas ganas me quedan de tener la familia enorme que soñé una vez. Tengo pesadillas todas las noches, lloro todo el tiempo, me dan ataques de pánico por momentos y monitoreo constantemente a mi bebé por si muestra signos de daño neurológico provocado por algún sufrimiento fetal.
Uno pone en las manos de los médicos toda su confianza y muchos ven a sus pacientes como bolsitas de dinero ambulantes, los irrespetan y se burlan de dicha confianza.
Espero mi historia abra los ojos de muchas y paremos de una vez por todas las prácticas abusivas que se cometen en nuestro país a nivel obstétrico. Ninguna madre merece sufrir lo que yo sufrí.