Pese a que la mayoría de los cristianos latinoamericanos todavía profesa el catolicismo, los evangélicos cada día suman más adeptos y se hacen notar.

Y ya no se trata solo de los evangélicos de las tradicionales, más reconocidas y respetadas iglesias, sino de las miles de pequeñas congregaciones que existen al amparo de los llamados concilios o de manera independiente con sus propias interpretaciones de los textos bíblicos.

Algunas ponen énfasis en asuntos tan terrenales como la prosperidad, la riqueza material; otras en promesas de curaciones milagrosas para cualquier dolencia o enfermedad sin necesidad de acudir al médico.

De un tiempo a esta parte, estas congregaciones siguen los pasos de sus pares de Estados Unidos, participando de los debates seculares sobre política, economía, cultura, artes, salud y derechos civiles. Es su derecho.

Nadie debe olvidar que los evangélicos más fundamentalistas contribuyeron con el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos; en Costa Rica uno de los suyos estuvo cerca de convertirse en presidente, y en Brasil han sido determinantes para que el declarado nazifascista Jair Bolsonaro esté a punto de convertirse en el próximo presidente.

Y no faltará quien afirme que ha recibido algún mensaje directo del mismísimo Dios, confirmándole que tal o cual líder es la expresión de la voluntad divina.

Ocurre que los evangélicos fundamentalistas más militantes se oponen a rajatablas a cualquier concesión a las personas de la comunidad LGTBI, al derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos, a la libertad de práctica religiosa (entienden que los cultos y expresiones de la fe no judeocristianos, como islamismo, el vudú y la santería son diabólicas, y deben de ser prohibidos).

Algunos predicadores –Biblia en mano– se piensan poseedores absolutos de la verdad e incluso hacen de portavoces oficiales de Dios para decir a quién el Creador ama y a quién odia (Por ciento ¿Dios practica el odio?).

Desde esa visión estos cristianos están dispuestos a dar apoyo o a pactar alianza con cualquier líder o partido que se pronuncie contra el aborto, el matrimonio entre parejas del mismo sexo, el feminismo, las personas LGTBI, el vudú, el islamismo, y que de paso se proclame nacionalista, patriota, defensor de la "familia", contrario a la educación sexual y que prometa "mano dura" contra la delincuencia común (nunca contra la de cuello blanco).

Si en su propuesta de gobierno incluye cosas como hacer obligatorio el estudio de la Biblia en las escuelas, será el líder aupado y aplaudido por los pastores y sus iglesias. Y no faltará quien afirme que ha recibido algún mensaje directo del mismísimo Dios, confirmándole que tal o cual líder es la expresión de la voluntad divina.

Durante la campaña electoral de EE.UU., entre Donald Trump y Hillary Clinton, hubo pastores evangélicos, incluso dominicanos, que justificaron las agresiones sexuales del candidato republicano, bajo el argumento de que era preferible un hombre que "admiraba a las damas hermosas", a una candidata que apoyara el matrimonio LGTBI y el derecho de las mujeres a decidir si quieren abortar.

Si ánimo de infundir temores ni pretender coartar el derecho de cada quien a apostar por las ideas y propuestas políticas que quiera, pensamos que es pertinente advertir que los evangélicos que han tomado esta decisión podrían estar cometiendo un grave error, que a la postre podría costarles caro.

Ojalá nos equivoquemos, y que estos líderes cristianos no estén afilando cuchillos para sus propias gargantas y las de sus semejantes. Pero la Historia está ahí, como fuente inagotable de enseñanza.