Con mucha frecuencia calificamos el tema migratorio como uno de los más importantes para la República Dominicana. Y cuando lo hacemos pensamos solamente en la llegada de nacionales haitianos a nuestro país. Olvidamos, casi deliberadamente, que desde antes de nacer como república independiente, y después de ello, fuimos y seguimos siendo un país emisor de migrantes.

¿Cuántos dominicanos viven en otros países, han formado familias y realizado su vida bajo otras leyes y banderas distintas a las que nos hemos dado en nuestro territorio? La informaciones que hemos podido recolectar no es confiable o no es suficiente, y con desgano se desconfía de ese dato. Sin embargo, casi dos millones de dominicanos viven fuera de la República Dominicana.

Y no solamente es que esos dominicanos se han ausentado de su territorio, sino que mantienen un fuerte vínculo con sus familiares (padres, madres, esposas, hijos, primos, nietos), y remiten enormes sumas de dinero (remesas) para ayudarles en su sostenimiento.

A través del Ministerio de Relaciones Exteriores se han creado unos organismos de contacto con esos ciudadanos dominicanos. Ese es uno de los esfuerzos más notables que realizamos como país para mantener la comunicación, gestionar la unidad de propósitos como ciudadanos, y consolidar el vínculo con su país. La Constitución dominicana aprobó la doble nacionalidad, para que los dominicanos puedan asumir otra ciudadanía y ganar espacio social y político donde viven, y se permite el voto de los dominicanos en el exterior.

Poco a poco hemos ido reconociendo el papel de la diáspora en lo que somos. Hemos sido y seguimos siendo un país con personas que entran y salen, en busca de trabajo y de una mejor vida. Pero además de que somos receptores de migrantes, estamos buscando nuevos lugares hacia donde poder mudarnos. Atractivos son ahora para los dominicanos algunos países del cono sur, y lo sigue siendo Estados Unidos, Canadá, algunos países de Europa, particularmente España.

Dada la gran contribución de los dominicanos en el exterior, y su apego a la dominicanidad, va llegando el momento de que las autoridades dominicanas conciban y realicen una política más efectiva y vinculante con los dominicanos en el exterior. No se trata solo de la diáspora, sino de reconocer el valor de la contribución económica, cultural, literaria, musical e intelectual de los dominicanos en el exterior.

Se han desarrollado en una cultura distinta de la nuestra, generalmente hablan otras lenguas, escriben en otros idiomas, se desenvuelven bajo otros criterios, pero en sus decisiones y en sus sentimientos sobrevive la identidad dominicana. Mirarlos desde aquí como si fueran “extraños” es un error. Agobiarlos por lo que hacen o dicen, porque se formaron en otras culturas, es una falta de respeto a su doble identidad. Siguen siendo dominicanos y ven lo que ocurre en esta tierra con el pesar y el dolor que generan las malas noticias tan preferidas en los medios de comunicación y en las redes sociales.

El Estado está obligado a cambiar el rumbo de desdén e indiferencia hacia los dominicanos en el exterior. Segunda y tercera generación nos apoya y sigue perteneciendo, en sentimiento y aportes, a la sociedad dominicana. Muchas de nuestras actitudes y algunas de las políticas, marcadas por el racismo, el desprecio, la indiferencia, aleja a esa comunidad tan dominicana como la que está residiendo aquí.

Hay que pensarlo y trabajarlo. El aporte de los dominicanos en el exterior nos ayuda a definirnos y a diferenciarnos de otros grupos y países, sin embargo, el Caribe es una amalgama de islas y culturas que se interconectan. José Martí, Antonio Maceo, Eugenio María de Hostos, Gregorio Luperón, el propio Juan Pablo Duarte, personajes todos conocidos y aclamados, tenían un concepto muy claro de la comunidad caribeña y su integración. Algo que el los tiempos modernos hemos perdido, y debemos comenzar a recuperar.