El virus al que nos enfrentamos saca lo peor y lo mejor de nosotros. Deseamos vivir en salud, y para ello nos auxiliamos de las mejores orientaciones, tecnologías, investigaciones, ejercicios. Acudimos a los especialistas y nos esforzamos por mantenernos en forma, contando las calorías que consumimos versus las que gastamos ejercitándonos y trabajando. Buscamos el equilibrio, y nos combinamos con nuestro espíritu, para que nos ayude en la alineación con Dios y con el universo, con los astros, en procura de la satisfacción, el bienestar y la felicidad.
Esas preocupaciones están presentes en los ciudadanos de clase alta y clase media. Los carenciados no llegan a preocuparse tanto, salvo para conseguir la existencia, subsistir con el esfuerzo diario, alimentarse y cumplir con las necesidades básicas de vivienda, alimentación, educación.
Pero ha llegado un virus que no tiene en cuenta las condiciones económicas y sociales. Afecta a todo el mundo por igual, sin raseros, pero al que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, desprecia, porque cree que el brasileño “no se contagia”, pues es capaz de “bucear en una alcantarilla, salir y no pasa nada”. Está en la misma posición del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que desafía el virus y pide a los ciudadanos de su país juntarse, abrazarse y realizar actividades como ir a los restaurantes. Ya lo intentó Boris Johnson, el primer ministro de Reino Unido, y lo quiso despreciar Donald Trump, el presidente de los Estados Unidos. Johnson se encuentra recluido y aislado, porque adquirió el viris.
Muchas cosas están pasando. Los liderazgos están en cuestionamiento, la racionalidad y capacidad de los mandatarios y líderes mundiales están siendo puestos a pruebas. Algunos presidentes se encomiendan a Dios y otros recurren a explicaciones más realistas, acuden a la ciencia y le buscan explicaciones vinculadas con las energías que durante varios siglos hemos puesto en movimiento. Y hasta habrá quien nos diga que este virus es el resultado de la puesta en marcha del más grande plan de control mundial, disputado por China y los Estados Unidos, conocido como la tecnología 5G.
Lo que sea que lo explique, en este momento carece de relevancia. No hay vacuna. No se conoce realmente de dónde surgió, aunque sí se piensa que pudo haber surgido en Wuhan, una ciudad China, o en Alemania, desarrollado por un laboratorio. Otros dicen que está patentado en los Estados Unidos.
Es muy probable que este fin de semana alcancemos las 700 mil personas infectadas en el mundo, y que los fallecimientos pasen de 30 mil. Estados Unidos es ya el campeón en personas infectadas. Las víctimas más propicias, sin importar clases sociales o condiciones económicas, son las personas mayores de 60 años. Aunque hay jóvenes que han fallecido, incluso después de haber recibido el alto y ser declarados libres del coronavirus.
Además de las personas de la tercera edad, son también más sensibles quienes tienen una afección previa en su salud, como hipertensión y diabetes, y los fumadores, porque los órganos que ataca el virus son los pulmones.
El mundo está desafiado a continuar, como ha ocurrido en otros momentos de la historia, en que pandemias han arrasado con millones de personas, y pese a ello la vida ha seguido y las investigaciones han encontrado soluciones, como vacunas y medicamentos que anulan estos virus.
Este momento es de incertidumbre. Y hay quienes relacionan el virus con el fin del capitalismo o con la globalización como la conocemos. Este virus nos ha puesto a trabajar de forma distinta a como lo hacíamos hace apenas unas semanas. La cuarentena que se ha puesto en marcha nos muestra nuevas formas de trabajo, y reduce en forma significativa nuestras actividades sociales, que nos alejan de la familia o del entorno del hogar, y nos devuelven a un tipo de relación diferente a la que nos acostumbramos. Probablemente eso sea positivo. Tal vez nos inclinamos a pensar más en nuestros mayores, en la comunicación con ellos. Tal vez nos replanteamos el sistema educativo presencial y concebimos una educación inicial, media y universitaria más libre, con menos rigidez y sin la presencia del maestro.
Son muchas las lecciones que estamos comprobando en todo el mundo. No todo es malo, aunque la incertidumbre y el temor al contagio nos conduzca a la desesperación. La economía está cambiando, el trabajo está cambiando, la forma de relacionarnos está en transformación, y es probable que no retornemos a un ambiente laboral como el que conocemos, sino a uno completamente nuevo. Habría que esperar.