El presidente Danilo Medina encabezó esta semana el lanzamiento de un nuevo concepto de política exterior, priorizando el servicio a los dominicanos migrantes, que contribuyen con más de 4 mil millones de dólares por año en remesas, y colocando al cuerpo diplomático y consular en condiciones de servir al país en el comercio, la inversión extranjera y la difusión y defensa de las políticas públicas.

Ya era tiempo. Eso fue lo que prometió Danilo Medina cuando asumió la presidencia de la República. Pasó el tiempo y el servicio exterior siguió siendo lo mismo que era antes, y que todavía es: un cuerpo desarticulado, de beneficiarios políticos y económicos, al servicio de sus causas personales y no de la causa del país, consumiendo un presupuesto desde la vagancia, una gran parte de los funcionarios residiendo y despachando los asuntos bajo su responsabilidad por teléfono, desde la República Dominicana, o desde un resort en Punta Cana o en Casa de Campo.

El país necesita de un servicio exterior capaz, bien articulado, con reglas claras, empotrado y con vocación de cuerpo, ético y políticamente correcto, porque como ha dicho Andrés Lowenthal en su conferencia de esta semana, la concepción sobre la diplomacia ha cambiado y los representantes de los países son activos promotores de las políticas públicas, lo que no ocurre en el caso dominicano, salvo algunas y honrosas excepciones.

El país debe poner fin a diplomáticos acreditados como embajadores que apenas han permanecido 7 meses en su puesto de trabajo, en los últimos cuatro años, que delegan sus funciones a los ministros consejeros o a secretarias de nacionalidades de los países en donde han sido designados, y que colocan al país como una vergüenza en el manejo de sus relaciones bilaterales.

El mundo diplomático es muy reducido, y se maneja como cuerpo, en cualquier lugar del mundo. En el caso dominicano es posible observar cómo se comporta y mueve ese cuerpo, con representantes capaces, bien coordinados, atendiendo las políticas de sus países y promoviendo por todos los medios posibles los planes y objetivos que les trazan sus cancillerías.

Hasta este momento esto no es posible hacerlo con los jefes de misiones dominicanas en el exterior. Con escasas excepciones, una gran parte de los representantes se dedican a otras actividades. Algunos ni siquiera tienen oficinas establecidas, pese a que reciben una dotación para ello. Las oficinas donde debe operar las embajadas las tienen en el cuarto del servicios de los apartamentos donde reside el embajador. Eso es una patraña que el Ministerio de Relaciones Exteriores debe erradicar.

Y los ejemplos de racionalidad sobran en el mundo. Italia, que es un desarrollado y con múltiples recursos y con miles de turistas que visitan la República Dominicana, y con inversionistas italianos aquí, y miles de italianos residiendo en el país, decidió cerrar su delegación diplomática y consular  en República Dominicana. Alega reducción de gastos de su cancillería, mientras los dominicanos pagamos un embajador en Roma y otro en El Vaticano, con sus respectivas dotaciones y numeroso personal consular.

El Ministerio de Relaciones Exteriores tiene muchos embajadores sin funciones, que ganan salarios en dólares y que viven en el país. Eso hay que ponerle fin, a menos que las funciones que desempeñen sean útiles para el funcionamiento del ministerio. También hay un sistema de venta de consulados honorarios dominicanos en numerosos países. Hay delincuentes vulgares que han comprado designaciones como cónsules y vicecónsules honorarios, sin que sean necesarios, porque el país tienen cónsules y vicecónsules en abundancia en todas las delegaciones. Otro tema a resolver.

Y por supuesto, el sistema irracional de salarios y dotaciones, que toma en cuenta únicamente la capacidad de relacionarse de los embajadores y asalariados con los que ponen los salarios, y no la necesidad o relevancia de la posición, en la jerarquía de la política e intereses diplomáticos dominicanos. Otro asunto a corregir.

El país espera los anuncios del gobierno en dirección a solucionar estos entuertos, y a contar con un cuerpo diplomático y consular digno, que inspire respeto a los demás, y que sirva a los intereses del país.