Ya lo dijo Bosch en su ensayo “Judas Iscariote, el Calumniado” (muy vigente ahora que la palabra traición está a flor de bemba):

“ El amor une, pero no fanatiza; lo que fanatiza es el odio. Las multitudes personifican su amor en el caudillo … y su odio en el enemigo… No bastaba con amar a Alemania y a Hitler, era necesario también odiar a los judíos. No bastaba con adorar a Lenín y a Stalin; era necesario también odiar a Trotsky. Frente a la fuente de todo bien hay que colocar la fuente de todo mal… En esa acusación (contra Judas) jugó papel importante un factor de índole política…”

Durante nuestra corta vida democrática (que está, a mi juicio, en sus postrimerías), el papel de villano lo han jugado los miembros de la oposición. No sé si los de la Unión Cívica lo fueron durante el breve gobierno de Bosch, aunque lo dudo. Lo que sí sé es que fueron los constitucionalistas los villanos durante el triunvirato y la revolución, (y no los golpistas, responsables de la sangre derramada en 1965); lo fueron los cabezas calientes y los perredeístas durante los interminables doce años de Balaguer; lo fueron los reformistas durante los gobiernos de Guzmán y Jorge Blanco; lo fueron Juan Bosch, “el Ateo” y Peña Gómez, “el Haitiano”, durante los injustificables diez años adicionales de Balaguer; lo fueron los “comesolos” durante el gobierno de Hipólito Mejía; y lo fue el PPH, en fin, durante los gobiernos del PLD. Naturalmente, este maniqueísmo es absurdo. Cada bando tiene sus luces y sus sombras, en mayor o menor grado (salvo el sombrío bando de los golpistas). Cada bando tiene su parte de responsabilidad en nuestros males (sobre todo el de los golpistas).

Hasta hace poco los villanos eran tan dominicanos como los “superhéroes”. No hacía falta su importación. Pero la situación ha cambiado. Vivimos virtualmente una dictadura partidaria (Espero de verdad equivocarme). Carecemos prácticamente de partidos de oposición y de equilibrio entre los poderes del estado. Así como el único poder digno de tal nombre es el ejecutivo, así el único partido realmente funcional es el oficialista. Así como los poderes legislativo y judicial, y la prensa se han convertido, salvo rarísimas excepciones, en apéndices del poder ejecutivo, así los partidos de la oposición han sido absorbidos, parcial o totalmente, por el partido oficialista. Es evidente que en la actualidad los villanos hay que buscarlos más allá de nuestras fronteras. Como hace – o hacía – Cuba. O Venezuela. O Corea del Norte. Que me excusen sus partidarios.

A estos indicios habría que agregar otros no menos inquietantes: Voluntad de la extrema derecha de aislamiento internacional, xenofobia, diabolización de los extranjeros, alegres e infundadas acusaciones de traición – y lo que es peor, amenazas de muerte – contra supuestos agentes internos, contra traidores, contra periodistas, esgrimidas desde la penumbra de un anonimato casi completo y políticos que pretende pescar en este mar – y este mal – tan turbulento…

Podría pensarse que para el PLD la hegemonía de que “disfruta” es ideal. Pero un partido omnipresente y todopoderoso es responsable de todas las virtudes y también de todos los pecados. Pero Bosch mismo, en la cita anterior, lo desmiente. Siempre hacen falta villanos. Siempre hacen falta chivos expiatorios ¿Y qué mejor “fuente de todo mal” que los nacionales haitianos o los dominicanos de dicho origen?¿Qué barbaridades podrían generar mayor odio que las atrocidades cometidas por las huestes de Toussaint o de Boyer? ¿Qué importa que de éstas nos separan al menos quince lustros?¿Qué importa que su presencia en nuestro país no sea el fruto de su codicia sino de la nuestra?

Lo verdaderamente importante para nuestros gobernantes es generar en las masas una intensa corriente emocional como la que ahora las atraviesa. Porque, como dijo Rousseau – no me cansaré de repetirlo –, tal fanatismo viola una de las dos condiciones imprescindibles para que la expresión de la voluntad de la mayoría sea verdaderamente democrática.

Quien se aventure a participar en los debates que sobre el tema de la sentencia 168 del Tribunal Constitucional – los únicos debates, más  o menos frontales, lamentablemente -, debates que tienen lugar en los foros de los periódicos digitales criollos constatará un hecho curioso. Los argumentos relacionados con la corrupción y la impunidad en la que se han movido nuestros dirigentes durante medio siglo – dirigentes que son los únicos responsables del caos migratorio en que estamos sumergidos en la actualidad – no son bien recibidos por quienes apoyan dicha sentencia. “Ese es otro tema. Si quieres lo discutimos luego”. Con esta actitud, muy generalizada entre nuestros conciudadanos, se elimina la otra condición imprescindible para la democracia: Que los ciudadanos participen en el debate de TODOS los temas verdaderamente importantes para la nación.

Es más fácil culpar de nuestras desgracias a las haitianas que vienen a parir a nuestros hospitales que a la corrupción que impide que en estos aparezcan aspirinas e hilo de suturar. Es más fácil achacar a los braceros haitianos (o a sus descendientes) todas las culpas de los “próceres” dominicanos que irresponsable e despiadadamente los compraron como a cabezas de ganado.

Estamos en una encrucijada importante. Podemos elegir entre dos filosofías. La que resumió Sartre cuando dijo que “el infierno son los otros”; o la que resumió Séneca cuando dijo que “mientras el hombre achaque a los otros sus faltas vivirá sumido en el fracaso”.

Elijamos con prudencia. Elijamos con sabiduría.