Tengo mis manías que las he convertido en rutina. En primer lugar me acuesto bien temprano, mis familiares y personas muy cercanas no osan llamarme después de las siete de la noche, porque saben que estoy acurrucándome en los brazos de Morfeo, por ende, al cumplir el ciclo de sueño que me corresponde por la edad, me despierto bien temprano y así ponerme al día con el acontecer nacional e internacional.
El sábado antes pasado fue un día especial para mí, pero yo diría que en la parte de los sentimientos, en los que algunos hechos entristecen, hacen que uno medite sobre la vida y otros hacen que uno se irrite.
Ese viernes anterior, mi nieto no tuvo clases en su colegio ya que el personal tenía un retiro de Adviento, por lo que vino al lugar acostumbrado, mi casa, su otra casa.
Cuando llegó bien temprano se sentó con el celular en las manos a jugar, le dije que por favor dejara eso y se pusiera a compartir conmigo, que me contara lo último que había hecho en su casa y en su colegio, que aprovechara que yo estaba, porque no sabíamos el tiempo que podíamos estar juntos, que la vida se va cuando menos se piensa y que después queda la pena del tiempo desperdiciado sin compartir con los nuestros.
Esa reflexión fue como una premonición. No habían pasado quince minutos cuando una de mis mejores amigas me llamó llorando. Su esposo, quien es mi médico, se encontraba grave. La noche anterior se había puesto mal. Por la tarde tal como acostumbraba le dio un paseo a su nieto, preparó su cena y se sentó frente a la televisión a esperar el noticiero de España. Eso sucedió jueves.
Esa noticia me ha devastado. Sabemos de hoy, pero no nos imaginamos que la salud y la vida es como un abrir y cerrar de ojos, que las podemos perder en un instante. Todos estamos en oración por la pronta recuperación de mi querido médico y amigo.
Mi hijo mayor, músico, quien fue su alumno y que le ata mucho cariño y agradecimiento, tocó puertas, escribió en este mismo medio, hizo salas para ver si revisaban la pensión de los músicos retirados.
Otra cosa que me impactó fue leer la prensa nacional y algo me ha indignado. El gobierno anterior que según vemos todo lo hizo mal, le concedió pensiones a una gran cantidad de músicos populares, algo muy criticado, pero que pasó sin penas ni gloria.
Asco he sentido de ver como este gobierno tan pulcro y prometedor ha estado haciendo lo mismo, concediendo pensiones a personas que no han hecho nada por la patria, que no necesitan, que si bien han puesto en alto el nombre del país, según dicen, nunca han trabajado en la administración pública, a no ser cobrando grandes sumas de dinero por servicios prestados.
Da pena que a ciertas personas se les conceda una pensión de setenta mil pesos solo por populismo, es oportuno mencionar que un músico de la Orquesta Sinfónica Nacional fue pensionado con la gran suma de veinticinco mil pesos, luego de haber dado toda su vida formando músicos, que llegó a ser concertino de la misma y dirigir una escuela de música por años, que si no tuviera hijos, estuviera tocando en la calle para poder sobrevivir. Pero no solo ese músico, todos los que han retirado cobran una pensión de miseria que no les alcanza ni para sus medicinas.
Mi hijo mayor, músico, quien fue su alumno y que le ata mucho cariño y agradecimiento, tocó puertas, escribió en este mismo medio, hizo salas para ver si revisaban la pensión de los músicos retirados.
El que come caliente, el que tiene cubiertas todas sus necesidades, el que dispone de un buen seguro médico, el que especula con dinero ajeno, poco le importa la situación del otro.
Nadie le hizo caso a mi hijo, que conste, tocó todas las puertas que creía podían resolver el problema de sus queridos compañeros.
Nadie, pero absolutamente nadie, ha querido mover un dedo para que los músicos viejos de la Sinfónica cobren una pensión digna.
Pero como decía una jefa que tuve: “La vida es una calle de doble vía” y otro jefe le dijo a una compañera: “Doña Carmen, lo que va viene”.
Todos esos que han sido tan indiferentes, esos que han gozado del poder, los que se han lucrado, los que le han dado beneficios sin merecer a otros que no sea por servicios personales, que esperen tranquilos, que “a cada cerdo le llega su San Martín” y que con la medida que han medido, así serán medidos.
Yo quiero estar viva para verles suplicar, pasar hambre, ser retirados de sus seguros médicos, pasar por el lado de los otros sin que ni siquiera les reconozcan e incluso, muchos ser investigados por mal manejos de fondos.
Una de estas mañanas conversando con una de mis amigas comentábamos sobre las pensiones dadas estos últimos días, le pregunté que tiempo trabajó como maestra en el sector público, me dijo treinta años y que si quería saber su pensión, apenas era de quince mil pesos, de los cuales solo recibe nueve mil, porque tuvo que hacer un préstamo a la cooperativa y se lo descuentan. Ella comenzó a trabajar en una loma de su pueblo y tenía que subirse en un jeep cada lunes y regresar los viernes en el único medio de transporte que había.
¡Qué esperanza para los maestros! Dan su vida formando a niños y jóvenes pero parece no merecen nada.
Mi mayor ejemplo lo tengo en mi mamá. Pasó la mayor parte de su vida dando clases en uno de los barrios más pobres y peligrosos de La Vega, Palmarito, mucha gente se el acercó para conseguirle una pensión, ella se ilusionaba, pero quienes le prometían era para usarla como conejillo de Indias, conseguían sus pensiones y ni siquiera le daban la cara a ella y lo peor de todo es que no aparece nada en el ministerio que avale sus años de labor en el sector público.
Gracias a Dios, tiene tres hijas que la aman y unos nietos que si ella pide el cielo, se lo buscan. Nunca ha necesitado de nadie, ni mucho menos de estos gobiernos con vista de tan poco alcance.
Y esto, que no quiero comentar ahora de las inauguraciones por pedacito como en los gobiernos anteriores, ni de las mismas visitas que antes eran sorpresa y ahora son anunciadas.
y… ¡Que siga la fiesta!