Justo en el contexto en que la humanidad recuerda, con supremo dolor e inmensa esperanza de no olvidar, el setenta aniversario de la liberación, por parte del ejército soviético, del campo de exterminio de Auschwitz, ya diezmadas las fuerzas nazis por las tropas de los aliados.
Ese, que ha de ser recordado como uno de los más deplorables genocidios en le historia de la humanidad, y que Zygmunt Bauman, Hanna Arendt, Primo Levy, Viktor Frankl y otros pensadores y escritores describen como la expresión mortífera más calculada de la racionalidad propia de la civilización moderna y la más horrenda burocracia para la eficiencia fabril, la explotación inhumana, el vejamen atroz y la muerte en serie y masificada.
“La carretera a Auschwitz la construyó el odio, pero la pavimentó la indiferencia”, dijo Ian Kershaw.
Opongamos vítores de respeto por la vida, la tolerancia y el derecho al disenso contra esos necrófilos y desesperados aullidos, provenientes de un miserable remanente neotrujillista, patológicamente autoritario, del que recelan individuos y sectores que representan ideologías cavernarias y turbios intereses económicos y políticos, para el beneficio rapaz de algunas mentalidades y oficios carroñeros.
En momentos en que hemos creído superada la consigna de “¡Viva la muerte!” con que los falangistas y el general José Millán-Astray trataron de aplastar la heroica convicción libertaria del pensador español, nacido en Bilbao, Miguel de Unamuno, cuando luego de escucharla en aquel acto inaugural del curso académico de octubre de 1936, en la Universidad de Salamanca, de la que era rector, seguido de que el profesor Francisco Maldonado tildara a Cataluña y el País Vasco de “cánceres en el cuerpo de la nación¨, y presentara al fascismo como “sanador de España”, el filósofo se puso de pie y dijo, entre otras frases lapidarias contra el autoritarismo y la cerrazón, lo siguiente:
“Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. (…) Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir.
Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”. Los delirantes sembradores de odio todavía se atreven a gritar en nuestro país “¡Viva la muerte!”. Como Astray y como los que ensombrecieron y conculcaron la libertad en España, también estos se disfrazan de pestilente y huero patriotismo.
En momentos en que nuestro país se aboca a la celebración del 171 aniversario de la independencia nacional, cuya génesis y sostén, a pesar de ciertos avatares, despropósitos y eventuales y pírricas victorias aviesas, como también despóticos y demagógicos dirigentes, han costado tanta sangre digna de honor nacionalista, para que hoy disfrutemos de un Estado de derechos universales y de libertades civiles.
Hoy, para asombro del país, el dudoso nacionalismo a ultranza, expresión irracional del extremismo conservador engendrado y cultivado en odios y asechanzas rancios, ha reclamado, voz en cuello, dar muerte a cuatro destacados periodistas, cuyo ejercicio profesional ha mantenido una postura crítica ante temas de relevancia nacional que entienden, con todo derecho, cuestionables, denunciables en el marco del actual estado de cosas y de leyes en que convivimos los dominicanos, inmersos en un mundo económica, política y culturalmente globalizado.
La amenaza de muerte contra Juan Bolívar Díaz, Huchi Lora, Amelia Deschamps y Roberto Cavada constituye un atentado deleznable contra la libertad de expresión consagrada en la Constitución, y cuya salvaguarda es responsabilidad de todo ciudadano consciente, ético y respetuoso de la soberanía.
Opongamos vítores de respeto por la vida, la tolerancia y el derecho al disenso contra esos necrófilos y desesperados aullidos, provenientes de un miserable remanente neotrujillista, patológicamente autoritario, del que recelan individuos y sectores que representan ideologías cavernarias y turbios intereses económicos y políticos, para el beneficio rapaz de algunas mentalidades y oficios carroñeros.
Que imperen la ley y la razón contra la ignominia y la delirante amenaza de muerte.