Las redes sociales se han convertido en uno de los sustitutos de los medios de comunicación tradicionales, y ahora todo el que tiene un teléfono celular y cuenta con una cuenta de Youtube, Facebook, Instagram o por vía de WhatsApp, transmite lo que se le antoja. No hay filtros, y pareciera que vivimos un mundo de absoluta transparencia, cuando en realidad estamos en una farsa mayúscula.
Si alguien se suicida, lanzándose al mar, las imágenes del cadáver se divulgan profusamente por las redes sociales, luego de que cientos de testigos se presenten al lugar del hecho con sus teléfonos móviles a firmar la tragedia.
El reciente incidente de una empresa propietaria de vallas publicitarias, que transmitió el fin de semana escenas de una película pornográfica y que el público que pasaba por allí podía ver la transmisión, se convirtió en un gran escándalo porque las redes sociales sociales se encargaron de retransmitir las imágenes de la película, en una proporción que es inimaginable comparar la proyección por redes, muchísimo mayor, que la transmisión por la pantalla gigante.
Las redes sociales son también el escenario del morbo y de la promiscuidad. No es extraño encontrarse con imágenes de personajes conocidos, en posturas sugerentes, autopromoviendo modas y supuestas campañas que al final sirven muy poco para educar a la ciudadanía o para levantar la dignidad de las personas, o informar, que sería el propósito de los medios tradicionales.
Usted se puede encontrar en las redes con el video de un individuo, quien aparece abrazado a su pareja, a quien dice amar, y la besa para que no haya duda, y se dirige a otra mujer, a quien se le identifica como novia, diciendo que no hay tal relación. La muestra de la fidelidad es precisamente aparecer en las redes sociales denigrando una supuesta relación amorosa.
Pero también hay situaciones trágicas: Personas que han grabado su propia muerte y la han transmitido vía las redes sociales, como si se tratase de una película. O personas que desatienden el dolor ajeno, y en vez de ayudar a algún desvalido, que pasa por situación de riesgo, se dedican a filmar con sus teléfonos el sufrimiento ajeno. Una joven turista rusa falleció en una autopista del Este mientras se filmaba a si misma semi desnuda, en un acto prácticamente suicida, sin que se pudiera evitar o que la persona que conducía el vehículo lo impidiera.
La tragedia reciente, que costó la vida del joven Fernando Rainieri hijo, quien falleciera luego de un aparatoso accidente en la Autopista del Coral, regresando del Este a la capital dominicana, igualmente nos sirve para ilustrar hasta dónde hemos llegado en este asunto de las redes sociales.
Fernando fue socorrido por un médico que iba detrás suyo, en otro automóvil, y también por una enfermera del Centro Médico Central Romana, quien ayudó en los servicios de primeros auxilios. Esa enfermera informó que Fernando Rainieri hijo pedía, rogaba, a las personas que lo observaban dentro del vehículo, prácticamente con las dos piernas destrozadas, que no le filmaran en esas condiciones “para que su familia no viera cómo él estaba”.
Y tenía toda la razón. El primer acto de las personas que observan un accidente, o un asalto, o cualquier tragedia, ya no es salir en auxilio de las víctimas, aportar solidaridad, proteger a las personas afectadas. Lo que hacen ahora es filmar con sus móviles a los accidentados o víctimas o personas involucradas. Es una barbaridad y un acto inhumano, irresponsable, irrespetuoso de la dignidad y la intimidad de las personas, que en condiciones precarias, no pueden valerse por sí mismos. Y los que miran se dedican a filmarlos, en vez de ayudarlos.
No puede ser que sigamos deshumanizándonos cada día más, con estos actos, para ganar seguidores, obtener likes en las redes sociales, o lucirnos de que estuvimos “como reporteros” en el lugar de los hechos. Las autoridades deben comenzar a pensar en las regulaciones de situaciones como estas, y hasta, si fuera necesario, establecer sanciones a la violación de la intimidad y privacidad de las víctimas.