Érase una vez en el principio -y siempre será- la palabra el más fiel reflejo del alma. Es del espíritu una huella biométrica de alta definición. Por eso nos compete el estudio de la palabra en todas sus manifestaciones para conocer el corazón de la auyama mediante intervención mínimamente invasiva.

Una serie televisiva actualmente disponible en Netflix ha revivido el interés en la extraña historia del “Unabomber”, el terrorista doméstico estadounidense por excelencia. Durante casi dos décadas a partir de 1978, el matemático huraño hábilmente eludió la persecución de la FBI mediante subterfugios para esconder su identidad y ubicación en una aislada cabaña en Montana, mientras enviaba ingeniosos artefactos explosivos por correo a universidades y aerolíneas en remotas ciudades de Estados Unidos. Hasta que cavó su propia tumba al exigir en 1995 la publicación en la prensa de su “manifiesto revolucionario”. A petición de la procuraduría general, el diario Washington Post accedió a publicar el documento de 35,000 palabras;  y su hermano menor, David, al leerlo reconoció el inconfundible estilo “literario” de su perturbado hermano. Su hallazgo fue posteriormente confirmado por expertos en lingüística forense al comparar el manifiesto con otros escritos del sospechoso, suministrados por el hermano, para así obtener una orden judicial de allanamiento de la cabaña, y el apresamiento y la eventual condena a cadena perpetua del anarquista por sus actos de terrorismo. El texto del “Unabomber” fue clave en su identificación y posterior apresamiento, pues sus palabras lo delataron como Ted Kaczynski, el hermano mayor de David.

Hace casi seis siglos, en 1440, el filólogo renacentista, Lorenzo Valla, demostró que el documento conocido como la “Donación de Constantino”, supuestamente un decreto imperial de principios del siglo IV, era fraudulento. Durante siglos el Vaticano basaba su dominio político sobre la ciudad de Roma, provincias italianas y demás territorios del imperio romano de Occidente en la supuesta cesión hecha por Constantino el Grande al papa Silvestre I en el documento de marras. Una palabra- feudo– fue clave para establecer la imposibilidad de la autoría de Constantino, pues ni la palabra ni el concepto existieron hasta siglos después de su imperio, pero la voz se coló en el impostor decreto imperial, así como otras expresiones extemporáneas. Valla data el documento en la segunda mitad del siglo VIII, que fue cuando primero se registró su existencia. Otros habían cuestionado la autenticidad del decreto esporádicamente, pero el investigador religioso probó fehacientemente, mediante un detallado análisis filológico, que el documento era apócrifo y además tan burdo que no era razonable creer que el Vaticano no lo supiese. Las palabras cantaron la verdad.

Hace pocos días unas palabras de muy mal gusto del presidente estadounidense, presumiendo de “genio muy estable”, provocaron un nuevo análisis de la retórica de Donald J. Trump.  En esta ocasión fue realizada la tarea por un algoritmo de Facba.se que casi instantáneamente comparó el nivel de lenguaje del actual presidente en sus primeras 30,000 palabras pronunciadas (excluyendo twitter y declaraciones o discursos leídos) durante el ejercicio de su mandato presidencial, con iguales registros hablados de los demás presidentes estadounidenses desde 1929, empezando con Herbert Hoover. Este novedoso uso de la inteligencia artificial revela nueva vez la propensión de Trump a hablar mentiras, pues comprueba que su vocabulario es de un escolar de cuarto grado y no de un genio, como él pregona. El próximo en la lista, Harry Truman, alcanza un nivel cercano al sexto grado. Hay que tomar en cuenta que Truman fue el último presidente estadounidense en no tener grado universitario, y era un modesto provinciano (vendedor de sombreros) que no presumía de su intelecto y llegó a la presidencia por carambola. Pero da escalofríos pensar que precisamente Truman ha sido el único presidente en utilizar armas nucleares en el combate (y contra la población civil), y tenía al menos mejor nivel de articulación verbal que Trump, siendo además emocionalmente maduro y ecuánime. Truman tampoco era abiertamente racista como Trump; hace más de medio siglo, Truman rechazaba la discriminación de los inmigrantes por etnia o nacionalidad de origen.

Queda ampliamente evidenciado que el nivel de Trump es insuficiente para articular conceptos, intercambiar ideas y conducir el gobierno de la nación más poderosa del mundo, sobre todo en el contexto actual. Muchos de los textos analizados son entrevistas concedidas a medios como el New York Times y el Wall Street Journal, diarios que incluso tienen un público de un alto nivel educativo, y sus lectores, a sabiendas del peligro que representa, ni siquiera pueden reír de las estrambóticas payasadas. Ni que decir tiene el rechazo de los jefes de estado y otros altos funcionarios que comparten las ruedas de prensa y otros eventos con Trump. Y eso sin hablar de los infames tuits y las barrabasadas que salen esporádicamente a la luz pública de las reuniones a puertas cerradas, como la que ha escandalizado al mundo entero por sus expresiones racistas denostando a naciones de África y América. Es claro que las palabras de Trump delatan su pobre intelecto y corazón endurecido, fórmula para el desastre en quien detenta el poder, pues no se gobierna insultando sin cesar.

En noviembre 2017, dos profesoras de comunicaciones de la Universidad de Pennsylvania (alma mater del actual presidente estadounidense) publicaron un artículo académico sobre “la firma retórica de Donald J. Trump” en el Political Science Quarterly. En ese trabajo las investigadoras disecan la comunicación verbal y escrita del hoy presidente en tres etapas: como candidato desde la pre-campaña electoral, como presidente electo durante la transición, y como presidente en funciones durante los primeros 100 días de su mandato. En lugar de enmendar, el presidente arremete. Queda evidenciado que la retórica de Trump no se ha elevado al escalar el solio presidencial; ha descendido a nuevas bajezas que auguran posibles peligros no solo durante su mandato, sino posiblemente daños duraderos a la investidura más allá de su gobierno. Es un largo y muy bien documentado trabajo con 123 notas bibliográficas, garantizando que no será leído por el cuasi analfabeto sujeto del estudio y sus secuaces.

Trump no modificará su comportamiento lingüístico, y ya ha incidido en el discurso de su equipo de trabajo y en los legisladores republicanos. Algunos tratan de explicar y justificar su “cagadera verbal” o “verborrea escatológica” como una forma de jamaquear a la clase dirigente tradicional y apelar al electorado, sin estar en campaña. Otros callan, y otorgan. Nuestra conclusión es que en base al análisis de la “firma retorica” del actual presidente estadounidense y sus ayudantes, nos esperan tiempos tormentosos.

Sobre todo las personas públicas deben tomar en cuenta que las palabras cuentan y eventualmente tienen consecuencias, y más en estos tiempos tecnológicos que los vientos ya no las disipan, porque quedan registradas para la eternidad. A buen entendedor, pocas buenas palabras.

Lecturas:

http://www.newsweek.com/trump-fire-and-fury-smart-genius-obama-774169

http://www.independent.co.uk/news/world/americas/us-politics/trump-language-level-speaking-skills-age-eight-year-old-vocabulary-analysis-a8149926.html

https://www.annenbergpublicpolicycenter.org/rhetorical-signature-of-donald-j-trump/

https://www.theatlantic.com/entertainment/archive/2018/01/great-moments-in-shithole-literature/550472/

https://www.buzzfeed.com/davidmack/trump-factbase?utm_term=.bpamANnkaE#.gqr9Bz6al1

http://money.cnn.com/2018/01/14/media/white-house-donald-trump-wall-street-journal/index.html

https://elpais.com/internacional/2018/01/13/estados_unidos/1515870344_896571.html