El papa Francisco decidió convocar a todos los presidentes de conferencias episcopales de todo el mundo para discutir el tema que ahoga a la Iglesia Católica en estos momentos: el abuso de menores por parte de clérigos, y el ocultamiento de esos abusos por parte de los obispos y cardenales responsables de velar por la protección de menores y adultos en condiciones vulnerables en los lugares donde se divulga el cristianismo.

Y no se trata del pedido de renuncia del papa Francisco, porque conocía de los abusos sexuales cometidos en los Estados Unidos por varios sacerdotes y obispos, hoy cardenales algunos de ellos, que le hizo el ex nuncio en los Estados Unidos, Carlo María Viganó. Se trata de la crisis moral que afecta al clero en todo el mundo como consecuencia del destape que ha habido en los últimos años, con testimonios de las víctimas, con documentación irrefutable, ya procesadas judicialmente, por ejemplo en el caso de Pensilvania, de la forma en que la Iglesia protegió a consuetudinarios violadores sexuales que han operado en su seno, a su amparo, bajo la protección de las sotanas de las más altas autoridades eclesiales.

El mismo papa Francisco, de origen argentino, se equivocó cuando recibió las denuncias de las violaciones de niños por parte de sacerdotes y obispos chilenos. Esa negativa a reconocer el pecado de su Iglesia se produjo antes de su visita a Chile. El papa se negó recibir a las víctimas, pero las denuncias fueron tan contundentes que Francisco debió rectificar, reconocer que había cometido un error, y comenzó a buscar datos. Le llagaron miles de páginas de los abusos cometidos en Chile, redactadas por una comisión designada por el Vaticano. El horror no podía ser mayor. Todos los obispos debieron poner sus cargos para ser sustituidos, porque habían pecado por omisión, por inacción, y por el propio delito que se les imputaba. Esa historia no termina.

Tampoco termina en Australia, en Estados Unidos, en Irlanda, en Alemania. En todas partes al amparo de la divulgación de la fe católica llegaron los depredadores sexuales con sotanas, y aprovechando la confianza de millones de familias recibieron el encargo de educar a sus hijos, de formar como seminaristas a jóvenes, o de cuidar a menores enfermos, con discapacidades, o niñas, y resultaron violentados reiteradamente, algunos por años, además de impedidos de dar a conocer lo que les hacían, porque perdían el amor de Dios o resultarían en el infierno.

En la República Dominicana llegamos a tener a un nuncio apostólico, representante del papa, que era un violador sexual de menores. Józef Wesołowski, de triste recordación y de origen polaco, se coordinaba en sus actividades delictivas con el sacerdote también polaco, Wojciech Gil, de Juncalito, Santiago, y cometían fechorías con absoluta impunidad. Muchos niños viajaron a Polonia, o se hospedaron en la casa de la Nunciatura Apostólica en Boca Chica, y allí eran violados por los depredadores vestidos con sotanas.

En mayo pasado Monseñor Francisco Ozoria, Arzobispo de Santo Domingo anunció la creación de una comisión para investigar las denuncias de abusos sexuales de menores y personas vulnerables en la Arquidiócesis de Santo Domingo. Datos hay muchos, pero la gente no quiere salir a mostrarse, ni brindar testimonios que los lleven a un tribunal o a los medios de comunicación. Las víctimas dominicanas con muchas, pero prefieren callar. Y si la comisión arquidiocesana, encabezada por el obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santo Domingo, Jesús Castro Marte, no hace las diligencias, escarba, ofrece garantías de discrecionalidad y protección de las víctimas, los depredadores sexuales que tienen seguirán protegidos y ocultos, haciendo daño. Esa comisión tiene autoridad sólo para investigar en la Arquidiócesis. Que se sepa ninguna otra de las diócesis del país ha hecho lo mismo.

Estamos ante un asunto muy serio. Las víctimas tienen que dejar de ser víctimas, lo que conseguirán denunciando a sus agresores. La Iglesia, que tiene gente buena y muchas obras de bien, debe hacer un gran esfuerzo para limpiarse un poco de todo el embarre en que está metida. Seguir insistiendo en el celibato y en la exclusión de las mujeres la sigue convirtiendo en la gran sombrilla de los depredadores de menores. La Iglesia tendrá que confesarse y pedir muchas veces perdón, además de comenzar a actuar de un modo diferente sobre el tema de la sexualidad.