Del cielo a los infiernos. Del poder absoluto al descrédito absoluto. Una vuelta de tuerca, irónica, inesperada, tiene hoy al ex procurador Jean Alain Rodríguez mal durmiendo en la cárcel del Palacio de Justicia de Ciudad Nueva.
El que fuera todopoderoso zar del organismo estatal encargado de formular y administrar políticas contra la criminalidad, es hoy reo de una trayectoria pública cuyas trazas nunca pintaron bien.
Si recaláramos únicamente en el sonado caso Odebrecht, al participación protagónica de Rodríguez en una serie de cuesionables manejos lo coloca en una posición en la que se verá obligado a rendir unas cuentas que pensó jamás rendiría.
Su displicencia, por no decir extraño descuido en diligenciar información clave, el discriminar imputados, archivar expedientes y otras maniobras non sanctas lo hacen objetivo inexcusable para ofrecer explicaciones hasta ahora inéditas.
Desde antes de inaugurarse la cárcel que suplantará a la de La Victoria, el asomo de serias irregularidades no despertó ningún interés por verificarlas y hoy se suman a un expediente en el que se apiñan otras formas de corruptela.
Quienes ocupando una posición que tiene por mandato perseguir el crimen tuercen su dirección y enfilan sus propósitos de cara a la ambición y la transgresión antisocial merecen enfrentar la peor de las sanciones.
La caída en desgracia de Jean Alain Rodríguez, arropado por toda suerte de repulsivas acciones y controversias, llama a reflexionar sobre el poder omnímodo y la fragilidad de globo que caracteriza su conformación.
Ejercer la autoridad sin apego a sólidos principios suele acarrear consecuencias que, sobre todo en estos tiempos, resquebrajan seriamente la imagen y el perfil público hasta morder el polvo.
Peor aun. Quienes ocupando una posición que tiene por mandato perseguir el crimen tuercen su dirección y enfilan sus propósitos de cara a la ambición y la transgresión antisocial merecen enfrentar la peor de las sanciones.
Sin menoscabo de reiterarnos como partidarios incondicionales de la presunción de inocencia, creemos sin temor alguno que el caso de Jean Alain Rodríguez es uno en el que el poder altanero y opaco traicionó la confianza pública.
Demasiados retazos que componen una retahíla de graves incongruencias parecen hoy en camino de ser debidamente entrelazados para reconstruir una de las gestiones al frente de la PGR más desastrosas de nuestra historia moderna.