La pandemia de Covid-19 ha traído grandes cambios sociales, culturales, económicos y políticos. Uno de los sectores más fuertemente impactados ha sido la educación universitaria. En beneficio de las academias, hay que decir que resistieron con valentía el impacto de la crisis, mantuvieron sus modelos educativos y se volcaron rápidamente hacia la virtualidad, con tanta facilidad como también lo hicieron los medios de comunicación.
Y en este sentido hablamos del modelo universitario dominicano. Las universidades privadas dieron una demostración rápida de co-gestión, pues fueron las primeras en adoptar decisiones colectivas, implicando a casi todo el conjunto de alumnos y maestros, establecieron modelos de continuidad, adaptaron los costos, y facilitaron completar el cuatrimestre anterior, y dar continuidad, como ha ocurrido con el nuevo cuatrimestre, que hace apenas una semana comenzó con todo su vigor.
La Universidad Autónoma de Santo Domingo no se ha quedado atrás, y ha puesto en marcha igualmente sus procesos. Está claro que el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología ha debido jugar su rol, no sólo en la parte regulatoria, sino en la recomendación de modelos e instrumentos de educación superior a distancia.
Hasta aquí la parte positiva, y de gran impacto incluso para los demás sectores, que pueden utilizar las universidades como ejemplo de buena coordinación y colaboración, en un modelo universitario que es muy disparejo, con intereses y calidades bien diferenciadas, con la existencia de dos asociaciones universitarias separadas, pero que ante la tragedia de la pandemia, han tenido la inteligencia de la búsqueda de soluciones comunes.
La comunicación humana no puede perderse. Sobrevalorar la virtualidad puede traernos serios problemas. Los profesores transmiten conocimientos, y lo hacen con la comunicación verbal y no verbal, y evalúan a sus alumnos por su participación en las aulas, pero también los evalúan por sus gestos, comportamientos, destrezas personales, capacidad comunicativa y la interacción entre grupos de alumnos.
La virtualidad que se ha utilizado para salvar ahora la educación superior suprime muchos de estos elementos comunicativos. Debemos reconocer que los profesores no tienen iguales destrezas a través de la comunicación con sus alumnos por la vía de una pantalla. Y otro de los elementos negativos es que no existe un modelo tecnológico exitoso, común a las universidades, para el ejercicio de la virtualidad. Los sistemas son muy deficientes.
Son muchas las quejas de profesores y alumnos, primero porque no entienden el sistema. Segundo porque las personas tienen dificultades de conexión, y entran tarde a la docencia, otros tienen ancho de banda deficiente. O no tienen electricidad en su barrio, o se agotó la conexión de internet contratada. Y son muchos los casos que se cuentan de errores y horrores ocurridos entre alumnos y maestros, por dejar, por ejemplo, un micrófono abierta y hacer comentarios despectivos contra los maestros, que son también escuchados por esos profesores.
La virtualidad no puede ser un sustituto permanente de la docencia universitaria tradicional. Hay algunas personas que ya están proclamando la virtud de la virtualidad y aconsejando que nos olvidemos de los grandes terrenos y campus universitarios, edificios y parqueos, y de los viajes de ida y vuelta a la academia. Hay que tener cuidado con esos extremos. La educación superior es muy importante. Es probable que algunas carreras puedan cursarse con la virtualidad, pero otras, como las ingenierías, las medicinas, las ciencias biológicas y físicas no puedan sostenerse con la virtualidad. Incluso los debates teóricos en algunas materias, es imposible que conserven la riqueza de los debates presenciales, en donde está la inteligencia, la chispa, la provocación, y la sabia conducción de un buen maestro.
No hay que encandilarse con la virtualidad. Está aquí, es parte del presente, pero no puede ser un sustituto de la reunión, de la presencia del ágora que nos ha forjado en una tradición, con alumnos y maestros, dialogando, intercambiando, con gestos y miradas que también enseñan. No será posible, en las condiciones económicas, tecnológicas, políticas y sociales dominicanas, que las aulas universitarias sean sustituidas por las aulas virtuales que se crean con un maestro en casa, y un grupo de alumnos igualmente encerrados, cada uno, en una habitación de sus hogares.