Los crímenes que se cometen en campañas electorales difícilmente se resuelven en justicia. Los crímenes que se cometen en campañas internas de los partidos corren, casi siempre, la misma suerte. La justicia no actúa porque los familiares de las víctimas dejan esos casos en manos de abogados vinculados a las contiendas electorales, y casi siempre hay acuerdos o resoluciones de los conflictos con promesas de designaciones oficiales. Vale decir que los paga el Estado.

En el pasado, son muchos los crímenes que se cometieron en contiendas políticas. Desde el nacimiento de la República hasta hoy día, ha sido una tradición que los políticas se peleen, se enfrenten en duelos, se acusen o se provoquen la muerte por pasiones mal llevadas o diferencias políticas llevadas a los extremos.

En los tiempos de Buenaventura Báez, Ulises Heureaux, o en tiempos de Jimenistas y Horacistas, liberales vs nacionalistas, o bolos y coludos, en los tiempos de Federico Velázquez y Horacio Vásquez, y por qué no incluirlos, en tiempos de Trujillo y de Balaguer, el crimen político era norma. Quien llevó a rango de Estado esos crímenes fue Trujillo. Antes de llegar al poder mediante el golpe del 23 de febrero de 1930, Trujillo era jefe de la Guardia Nacional y se encargó de eliminar a una parte de los que entendía sus adversarios. Y los que no se doblaban a sus pies, los reprimía y los mataba, y los que tenían suerte debían irse del país.

Las masacres que aquí se han cometido, en la historia republicana, son muchas. Y las muertes ocurridas en la democracia igualmente llenarían páginas de nombres de ciudadanos nobles, educados, jóvenes, llenos de vida, que terminaron muertos por diferencias políticas. Entre los muertos hay que mencionar a varios presidentes y por lo menos dos dictadores. El crimen político se llevaba a cabo sin medir las consecuencias.

En una contienda interna limitada del Partido de la Liberación Dominicana, porque apenas quería escoger varios candidatos a alcalde y otros tantos aspirantes a puestos legislativos, hubo por lo menos dos personas asesinadas, y otras tantas resultaron heridas.

Gerald Pérez Pérez, de 31 años, fue tiroteado en la comunidad de Pescadería, en la provincia de Barahona (suroeste), supuestamente por Rodolfo Pérez García, hijo del alcalde del lugar y quien aspira a mantener la candidatura en las elecciones de mayo del próximo año.

Erasmo Antonio Medina Espinal, de 39 años, fue ultimado de un disparo en la cara en un centro de votación del barrio Los Ciruelitos de la ciudad de Santiago. Era seguidor de Abel Martínez, aspirante a la candidatura a síndico de Santiago.

Hubo otros heridos de balas en diferentes lugares del país, como Villa Mella, en la provincia de Santo Domingo, Jarabacoa (norte), así como en Dajabón.

Quienes cometieron los crímenes tenían la intención de matar. Y lo hacían por odios o diferencias políticas. Esos crímenes nos hacen retroceder al siglo antepasado, y nos colocan en una posición débil como democracia política y electoral, y lo mismo ocurre con el partido al que pertenecen los agresores y pertenecían las víctimas. No pueden ni deben quedar impunes esos crímenes.

Desde el presidente de la República, Danilo Medina, hasta el presidente del PLD, Leonel Fernández, o el secretario general Reinaldo Pared, así como los contendientes en los lugares donde hubo violencia, deberán ocuparse de que haya justicia y que estos casos de violencia política irracional no se repitan.

Incluso, estos hechos son mucho más violentos que el espectáculo de las sillas en el local del PRD, cuando en el 2013 militantes de ese partido impidieron una reunión secreta del Comité Ejecutivo Nacional encabezado por Miguel Vargas Maldonado. El espectáculo fue bochornoso, hubo heridos y mucha violencia, pero no se llegó al crimen directo, como en este caso de la convención limitada en las filas del PLD.