La llegada de una nueva administración en Estados Unidos, el pasado 20 de enero, representó un cambio sustancial en la geopolítica global, en los organismos multilaterales y en las relaciones bilaterales de los Estados Unidos con una gran parte del mundo.

La nueva administración, demócrata y encabezada por un político mesurado, ha dado demostraciones de que desea recuperar un liderazgo perdido con las políticas aislacionistas del pasado gobierno republicano encabezado por Donald Trump. Retorno a los acuerdos sobre el cambio climático de París, retorno a los acuerdos de control de armas nucleares, retorno a la Organización Mundial de la Salud, retorno a las políticas migratorios de reunificación familiar, aceptación de los dreamers, entre muchas otras medidas que procuran recomponer la política exterior de los Estados Unidos a mejores tiempos y a una mayor autoridad moral en el ámbito global.

Estados Unidos es el país más afectado por el Covid-19, y tiene un gobierno recién instalado con la obligación de atender fundamentalmente los problemas urgentes internos, vinculados a la salud, como lo hacen muchos otros países en condiciones más o menos parecidas. Lo que se ha reflejado hasta ahora es que el presidente Biden no tiene serias preocupaciones sobre lo que está ocurriendo en América Latina, porque es un área de tradicional cercanía con Estados Unidos, con excepción de Cuba y Nicaragua, y más recientemente de Venezuela y Bolivia.

Por tanto, la política exterior de Estados Unidos hacia el sur del continente carece de mayor significación. Biden ha ratificado las posiciones de su antecesor sobre Venezuela, y observa con interés las acciones de la República Popular China en la región, sin desplegar una dinámica política y económica que consolide su cercanía con nuestros países.

Estados Unidos están produciendo más vacunas que cualquier otro país. Y las está utilizando como forma de contener la pandemia en su territorio. nada de compartir vacunas con ningún país de la región. Mientras tanto, China sí está desplegando acciones políticas que se ven como solidarias con varios países, incluyendo la República Dominicana, lo que podría verse como un gesto de amistad mucho más cercano y eficiente que el de Estados Unidos, que sigue mirándose el ombligo.

El conjunto de países de América del Sur, América Central y el Caribe está obligada a replantearse sus vínculos de amistad con un país muy poderoso pero poco solidario. Poco solidario con una administración republicana y con una administración demócrata. Y en este caso no se trata únicamente de que Estados Unidos reflexione sobre sus políticas de protección interna en materia de salud, sino que se involucre en desarrollar actividades que levanten y animen la solidaridad internacional, procurando justicia distributiva con las vacunas, por ejemplo.

República Dominicana está vacunando muy rápidamente a una gran parte de los ciudadanos sobre los 70 años, y ya vacunó al personal de primera línea en combate al Covid y en salud. Ese gran logro, que es también un reconocimiento de la gran dedicación de las autoridades, ha sido posible por la solidaridad de la República Popular China, un país con el que apenas estamos iniciando relaciones diplomáticas, comerciales y políticas, que públicamente no ha pedido nada a cambio, y que su embajador en el país ha negado que exista una diplomacia de la vacuna.

En los malos momentos se conoce mejor a los amigos. Es una sentencia popular que se aplica a este caso de la República Dominicana y la pandemia. Estados Unidos tiene vacunas, ha tenido vacunas desde el primer día en que estuvo disponible, y no ha compartido ninguna con sus amigos de América Latina, y menos con los del Caribe, que somos sus vecinos más próximos. Hay quienes dicen que ocupamos su patio trasero.

Muchos teníamos la idea de que la tacañería de Estados Unidos con las vacunas era por el egoísmo sin par del presidente Donald Trump. Llegado el mes de marzo, con casi un mes y medio de instalada la administración demócrata, los hay que comienzan a pensar que se trata de un problema congénito de nuestro aliado y socio, que no tiene nada que ver con quién este sentado en el Salón Oval de la Casa Blanca.

Nuestros gobiernos deben comenzar a analizar medidas, ponderar posibles alianzas diferentes, porque el que tradicionalmente nos abrazaba y nos mostraba “amistad” ya se ha desentendido, y hasta pareciera estar animando a los inquietos a mirar para otro lado.