El Show Aéreo del Caribe 2013 se realizó los días sábado y domingo, y concluyó con un accidente fatal, que le quitó la vida a dos oficiales de la Fuerza Aérea Dominicana, que se estrellaron contra las aguas del mar Caribe, en una avioneta propiedad de la entidad estatal.
Nuestras condolencias a los familiares de las víctimas. Por supuesto que se trata de un espectáculo riesgoso, como podría ser un circo, una carrera de automóviles o de motocicletas o una caminata en el Jardín Botánico. El espectáculo aéreo genera más emoción, más tensiones y por supuesto muchísimo más peligro.
Nuestro colaborador Raúl Baz escribió un artículo, que se publica hoy en nuestra sección de opiniones y que fue publicado ayer como parte del debate que se originó con la caída de la aeronave. Muchas personas reaccionaron apoyando las ideas de Raúl Baz, que define el show aéreo como un cáncer, y otras reaccionaron defendiendo el espectáculo y diciendo que en todas las actividades hay peligro.
Algunos comentarios insinuaban que el periodismo era también una profesión peligrosa, y que el año pasado murieron 88 periodistas en el ejercicio de sus funciones, muchos más que los pilotos que fallecieron en espectáculos aéreos. Ese razonamiento parece lógico, pero no lo es.
Una cosa es que la intolerancia de los gobiernos, las dictaduras o las guerras provoquen la muerte de periodistas en el ejercicio de su profesión, y otra cosa es que esas muertes de periodistas se comparen con la muerte de pilotos que han acudido a un espectáculo por voluntad propia o por órdenes de sus superiores. La distancia es abismal.
Se puede alegar que otras actividades lúdicas, como el automovilismo o el alpinismo, producen muertes. Son deportes peligrosos, y se trata de espectáculos altamente lucrativos, con riesgos generalmente bien controlados, con automóviles con todas las tecnologías al servicio de los pilotos, y con unos seguros de vida que generarían sostenimiento para las generaciones futuras de los descendientes del deportista.
Este show aéreo del Caribe 2013 no buscaba establecer ningún record, ni era una competencia deportiva. Incluso, el mayor riesgo de estos espectáculos no es ni siquiera para los pilotos que se aventuran a participar, sino para el público que se convierte en multitudes, y que uno de los aparatos podría caer en las áreas donde es ubicado el público. Aquí no es posible controlar los riesgos.
Lo correcto sería un mayor control del Estado de este tipo de espectáculo, y unos niveles de supervisión superior sobre las aeronaves que participan en el mismo. Igualmente, las autoridades debían tener la garantía de que los pilotos participantes lo hacen con la preparación necesaria y las condiciones psicológicas para exponer sus vidas en este tipo de disfrute.
Son muchas las versiones que pueden darse de este tipo de espectáculo. Una de ellas es que los pilotos Rafael Sánchez, de 25 años; y Carlos Manuel Guerrero Guerrero, de 27, disfrutaron el show y murieron mientras hacían lo que más les gustaba. Habría que comprobar que eso es así, y por supuesto una manera de saberlo sería conocer lo que dicen sus familiares.
Mientras tanto, saludamos y festejamos el artículo de Raúl Baz, como un excelente esfuerzo de reflexión sobre un tema que nos afecta directamente como sociedad, y que debemos establecer los mecanismos para que nuevos shows aéreos se realicen en condiciones diferentes al que tuvimos este fin de semana.