El criterio de que la selva es el mundo de lo injusto, desordenado, arbitrario y macabro es obsoleto. Quien vive en la selva forma parte de un mundo salvaje, pero organizado, donde hay unas normas, un orden, unas leyes que se cumplen y quienes habitan ese mundo lo entienden.

No hay que recurrir al Charles Darwin para argumentar con él sobre el orden del mundo natural y el cumplimiento de patrones indispensables para que ese orden evolucione y se mantenga.

Los documentales sobre la naturaleza que divulga Discovery Channel o los documentales de BBC sobre la selva africana o amazónica, por ejemplo, dan cuenta de lo maravilloso que puede ser ese mundo, a pesar de la violencia de que es portador, porque también en ese mundo se impone el poder que ejerce quien más fuerza y habilidad tenga. No siempre tiene que ser así, porque en ocasiones manadas de animales unen fuerzas y cambian el curso de los acontecimientos.

Al asignar la categoría de selva a la sociedad dominicana, como ha hecho el doctor Roberto Rosario Márquez, no utiliza el criterio antes indicado, en el sentido de que lo salvaje no necesariamente es mediocre, injusto o desorganizado. El concepto se utiliza con el sentido peyorativo y denigrante que normalmente le asigna el común de la sociedad dominicana: Esto no sirve, esto es un desorden, no hay educación, las instituciones son inexistentes, no hay orden ni interés por el funcionamiento civilizado, la suciedad nos arropa, la traición, la trampa son la norma.

Es decir, que quienes utilizan el concepto de selva para la sociedad dominicana no desean vivir en ella, y si están aquí es por obligación o porque carecen de los medios para irse. Hay casos de gente que se resigna a vivir aquí, pero intenta apartarse de todo, y si tiene hijos e hijas los envía a vivir en algún país civilizado, lejos del salvajismo dominicano.

En realidad esa idea sobre la sociedad dominicana no es nueva. Se remonta a los primeros intentos de independencia frente al colonialismo español, de que como país no lograríamos sobrevivir. Luego Juan Pablo Duarte fue quien con más empeño impulsó la idea de que era posible crear un país organizado y civilizado, y empujó la separación y luego la restauración de la República. El pesimismo dominicano siguió vivo y creció y se expresa muy claramente en una tendencia de pensadores e intelectuales que lo han seguido y desarrollado, incluyendo a José Ramón López y Francisco Moscoso Puello, entre muchos otros.

Roberto Rosario Márquez, sin embargo, no está expresando un pensamiento filosófico o político, sino que bajo la sombra de la frustración e indignación por el desastre electoral que dirigió, está descargando sobre la sociedad la responsabilidad de algo que exclusivamente le toca descifrar a él, que fue quien tuvo todo el apoyo del Estado, con miles de millones de pesos que se pudieron en sus manos, y que él utilizó como quiso, para dar como resultado unas elecciones cuestionadas, que ni siquiera en una selva era posible que se produjeran, porque como hemos dicho, también en la selva hay un orden, un patrón que cada uno de sus habitantes conoce y se atiene a las consecuencias de sus actos.

Sin embargo, que un abogado, presidente de la JCE, responsable único de las elecciones del 2016 como quiso ser, proclame ahora que este país es “una selva” dejo muchas dudas sobre sus discursos nacionalistas, el cumplimiento de normas y sus proclamas de que estaba modernizando el sistema electoral hasta llevarlo a ser un ejemplo mundial.

A quienes no creemos que este país sea una selva, y quienes luchamos contra los que intentan derrumbar la institucionalidad democrática, que sostenemos frente a nuestros hijos que deben seguir viviendo aquí y trabajando dignamente en su tierra, nos toca seguir haciendo ese esfuerzo para vivir en una sociedad civilizada, sin trampas, sin fraudes, sin desorden, sin favoritismo, donde las injusticias ocurran porque nadie las detecte. Ese es nuestro designio, por más denigrantes que sean los conceptos que algunos con poder utilicen para desmoralizarnos.