Juan Orlando Hernández se propuso reelegirse en un país que tiene prohibida la reelección y que además condena cualquier intento de los políticos por cambiar esa decisión constitucional.

Para ejemplo está el caso de Manuel Zelaya, quien intentó cambiar la prohibición a la reelección presidencial en Honduras, y terminó destituido de la presidencia, y exiliado en la República Dominicana.

Pero Juan Orlando Hernández lo ha logrado este domingo en las elecciones hondureñas. Primero logró cambiar la composición de la Corte Suprema de Justicia, quien reconoció el derecho de todos los ciudadanos, incluido el presidente, a elegir y ser elegido. Y por tanto, con ese caricaturesco concepto le abrió la puerta de la reelección al presidente.

Juan Orlando Hernández hizo lo mismo que Daniel Ortega logró el Nicaragua, por vía legal conseguir declarar la prohibición de la reelección como restricción a un derecho humano fundamental en todo sistema democrático. Es el mismo argumento que ha utilizado Evo Morales en Bolivia, y que sometido a una consulta popular rechazó las pretensiones de Morales para volver a optar por la reelección. En el caso de Bolivia, Morales ha desoído la consulta popular y todavía está en su puja por postularse eternamente.

Es lo que ocurre en todos los países en donde hay escasa institucionalidad o pobre administración de la justicia. La alternabilidad en el poder está mediatizada por las ambiciones de los políticos que se creen con poder suficiente para cambiar las reglas y ponerlas a su favor. Es lo mismo que ha ocurrido en la República Dominicana cada vez que se ha modificado la Constitución para restablecer la reelección presidencial.

No hay posibilidad de conseguir una democracia estable, que prohiba la reelección y que imponga una regla que sirva para todos los políticos. Balaguer fue reeleccionista y gobernó el país durante 23 años, incluyendo varios períodos consecutivos que fueron lacerantes para el régimen político.

El Partido Revolucionario Dominicano aportó varios presidentes que fueron inoculados con el virus de la reelección, pese a que ese partido fue siempre anti-reelecconista. Antonio Guzmán fue un demócrata que resultó noqueado por las ambiciones de poder a su alrededor. No pudo dejar la presidencia de la República y prefirió la muerte. Salvador Jorge Blanco llegó a la presidencia y no aguantó las presiones de continuidad, pese al liderazgo de José Francisco Peña Gómez. Intentó decidir el futuro político, imponiendo candidaturas, y terminó favoreciendo a su verdugo, Joaquín Balaguer.

Juan Bosch fue enemigo de la reelección presidencial, pero sus discípulos cambiaron esa versión del pensamiento boschista, y han dado al país una versión apasionada del reeleccionismo, tanto Leonel Fernández, quien ha gobernado tres periodos y todavía aspira a volver, y Danilo Medina, quien gobernó un primer periodo, cambió la Constitución para reelegirse, lo logró y está gobernando un segundo período, y todavía no se sabe cómo culminarán los esfuerzos reeleccionistas que se sienten a su alrededor.

Hipólito Mejía, el último presidente perredeísta, llegó al gobierno rechazando cualquier posibilidad de reelección. Sucumbió a sus más allegados colaboradores, reeleccionistas, cambió la Constitución de Peña Gómez de 1997, y restableció la reelección para postularse. Lo hizo, pero dividió su partido, y perdió las elecciones.

Ahora el ex presidente de la Suprema Corte de Justicia Jorge Subero Isa saca a relucir el argumento de Juan Orlando Hernández, para que Danilo Medina pueda postularse a una segunda reelección sin cambiar la Constitución de la República. Es una especie de virus que circula y se apropia de algunas de las mentalidades políticas, para imponer el continuismo desmedido en desmedro de la democracia, de la transparencia y del respeto a la institucionalidad.

Lo que hizo ahora en Honduras Juan Orlando Hernández ya lo hizo Danilo Medina en el 2016. La pregunta es hasta cuándo esto seguirá repitiéndose.