La Policía Nacional es una institución con virtudes y defectos. Si usted investiga y se entera de la manera en que trabajan los miembros de la Policía Nacional, en su cotidianidad, investigando y persiguiendo criminales, ladrones, asaltantes y cientos de delitos más, sabrá que se trata de personas sacrificadas, con una vocación de servicio más allá de lo imaginable, porque incluso muchos de sus miembros exponen cada día hasta su vida para realizar su trabajo.

Pero ese sacrificio no es de todos los miembros de la Policía Nacional. Son unos pocos los que tienen privilegios y los que toman decisiones. Estamos hablando de una institución jerarquizada, con una disciplina que quiere emular la disciplina militar y que se comporta, en sus rangos y conductas, a la de las Fuerzas Armadas.

Es fácil, incluso, decir desde cualquier sillón de la oficialidad o del gobierno que la Policía Nacional dominicana es una de las más eficientes del continente y que los salarios de sus miembros son miserables y desnudan una realidad: que el Estado no reconoce ese trabajo ni su eficiencia, y prefiere seguir con bajos salarios y con personal escasamente calificado, expuesto a ser conquistado por la delincuencia, el narcotráfico y el dinero fácil.

La otra versión es más dramática. La Policía Nacional es ineficiente, está profundamente corrompida, de arriba hasta el más bajo escalón, y necesita ser replanteada, con criterios no militares, y con una lógica civil de profesionalización que brinde los servicios que los ciudadanos necesitan.

A esto se agrega que no es válido el criterio de que la Policía es corrupta por los bajos salarios, debido a que hay hombres honestos en ella que no se dedican a delinquir. Del mismo modo que hay oficiales que viven de su trabajo y que no tienen fincas, residencias, jeepetas, ni joyas y cuentas en los bancos, y tampoco se dejan seducir por el dinero de los criminales y ladrones.

Más bien se trata de la selección que ha hecho la Policia para integrar un cuerpo dirigencial que no responde a los estándares necesarios. Para ser general de la PN es imprescindible tener una finca, una gran residencia y buenas cuentas de bancos. Vale más el criterio monetario, en quienes toman las decisiones de promoción, que el criterio de honestidad y eficiencia.

Ese puede ser uno de los problemas de la Policía Nacional, que ahora está en uno de los puntos más bajos de credibilidad, debido al escándalo del Departamento Antinarcótico (DICAN), que por completo se vio involucrado, desde su cabeza, en una acción deleznable de negocio de droga incautada.

Esos agentes y oficiales involucrados en actos ilícitos tienen un historial, que se supone es o debe ser conocido por los más altos oficiales que recomendaron su designación. La Policía Nacional está obligada a limpiarse de los sicarios, delincuentes, narcotraficantes, jefes de grupos de ladrones y de cualquier otra modalidad de crimen que se inserte en ella. La menor sospecha debe ser motivo de investigación y sanción.

El jefe de la Policía Nacional, mayor general Manuel Castro Castillo, debe aprovechar esta oportunidad para realizar una revolución interna en la Policía Nacional. No es posible que se cierre en banda a defender un cuerpo que ha probado estar infectado de raíz.

Tal vez sea esta la oportunidad que tiene el gobierno del presidente Danilo Medina para asumir el discurso de campaña de Danilo Medina, sobre la delincuencia y las formas de hacerle frente, tomando en cuenta la multiplicidad de factores que inciden en ella, en particular la pobreza y la desigualdad, y también el mecanismo de persecución del crimen organizado, que lo representa la Policía Nacional y el Ministerio Público.

Si el presidente no lo hace ahora, estaría pendiendo una gran oportunidad. Cuenta con el apoyo de la sociedad, en este sentido, y por supuesto, también del Congreso y de los estamentos políticos racionales y conscientes.