La inesperada renuncia del Papa Benedicto XVI ha dejado al catolicismo en completa incertidumbre. No ha sido la costumbre que los papas renuncien. No lo hicieron los que han ocupado el solio de San Pedro en los últimos 600 años.
Todo el mundo sabía que este pontificado era de transición, porque la elección se hizo cuando Joseph Ratzinger tenía 79 años, y el mundo conocía de su fuerte influencia en el pontificado de Juan Pablo II. De modo que se produjo una continuidad con pequeños rasgos diferenciadores. La sustancia era la misma.
Concluido el proceso de afianzar el conservadurismo en el catolicismo mundial, Ratzinger no tiene otra tarea en su agenda, y antes que morir haciendo esfuerzos para dirigir una iglesia embestida por la modernidad, ha preferido dejar el mando a una elección que designe a una persona más joven, que imponga su propio sello personal, y conservador, en la Iglesia Católica.
El retiro de Benedicto XVI es inteligente y necesario, en procura de una Iglesia necesitada de renovación y aggionamento.
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