Desde este miércoles y hasta hoy jueves se encuentra reunida la Asamblea Nacional del Poder Popular en Cuba, para producir uno de los cambios más esperados en América Latina: el relevo de la familia Castro del mando del gobierno cubano. Fidel y Raúl Castro han gobernado Cuba durante 60 años, y el sucesor de Raul Castro, Miguel Díaz-Canel, de 57 años es el primer dirigente en asumir la posición política más importante de la isla sin pertenecer al círculo familiar de los Castro.
Las expectativas de cambio son muy grandes. Sin embargo, las dudas no dejan de ser grandes también en relación con los procesos políticos y las posibilidades de apertura en un régimen cerrado, que en el área económica ha fracasado, y que en los aspectos políticos jamás ha permitido la disidencia y menos la formación de partidos o movimientos políticos críticos al establecido por el Partido Comunista de Cuba.
El único candidato a suceder a Raul Castro que se ha presentado ha sido Miguel Díaz-Canel, como se esperaba. Todo el mundo sabe desde hace meses que la decisión de Raul de abandonar el poder deja como sucesor a un hombre de su confianza, a un personaje político de línea tradicional, que aunque no fue parte de la batalla para la conquista del poder, es fiel al pensamiento y las decisiones del Partido Comunista de Cuba. Díaz-Canel tiene apenas 57 años, dos años menos que el triunfo de la revolución encabezadas por los hermanos Castro, el Ché Guevara y otros líderes cubanos.
Miguel Díaz-Canel es ingeniero electrónico y comenzó a despuntar tras ser designado ministro de Educación Superior (2009-2012) y en 2013, elevado al rango de “número dos” del Gobierno Cubano. Este miércoles Raul Castro lo consideró un hombre de experiencia. “El compañero Díaz-Canel no es un advenedizo ni un improvisado”, fueron las ideas centrales de Raul Castro al valorar su fidelidad al socialismo y a la revolución cubana.
Díaz-Canel ha sido uno de los dirigentes de línea dura del Partido Comunista. Aunque crea espectativas no es mucho lo que habría que esperar en un régimen cerrado y muy particularmente dirigido por ancianos. Raul Castro seguirá siendo el jefe del Partido, como Primer Secretario General, y seguro que hará monitoreo seguido y cotidiano de las decisiones que pueda tomar el nuevo presidente cubano.
Como el puesto de presidente de Cuba tuvo la tradición de pertenecer a la familia Castro, la designación podría ser rectificada si se considera que el nuevo incumbente no cumple con las condiciones que ahora se le acreditan. El mismo Raul Castro tuvo un interinato de dos años, seguido de cerca por Fidel Castro, quien pese a estar enfermo escribía artículos que implicaban rectificaciones de las decisiones de su hermano que ocupaba la presidencia.
Raul Castro tiene mejores condiciones de salud que las de Fidel Castro al momento de ceder la posición. Podrá hacer más monitoreo y seguimiento que el realizado por Fidel Castro. Durante mucho tiempo Cuba fue un ejemplo de país organizado, centralizado, que recibía en América Latina los beneficios de ser el socio de la gran potencia socialista que fue la Unión Soviética. Ese bloque ya no existe. El ejemplo para el socialismo ahora es China, que es partidario del libre mercado, y de una economía competitiva, pero que mantiene cerrado el círculo únicamente para el Partido Comunista. Cuba podría tener motivos para seguir ese modelo. Podría ser su fórmula de subsistencia.
Venezuela no deja de ser un espejo para los países de la región que han seguido los consejos de Cuba en materia política y económica. Miguel Díaz-Canel no tendrá muchas posibilidades de dar un golpe de timón. Ni parece que esa sea su intención. Sin embargo, la sola idea de la sustitución de la familia Castro en el poder es ya un progreso. Corea del Norte ha seguido el camino sucesoral familiar, como lo siguieron muchos otros países del campo socialista y que terminaron fracasando en la puesta en vigor del erróneamente llamado pensamiento marxista.
Ojalá que haya una nueva etapa en la vida política y económica de Cuba, y que Díaz-Canel represente un cambio en el modelo tradicional que ha mantenido a Cuba estancada.