A estas horas, los millares de estudios que se han derivado de exhaustivas indagatorias habrán de concluir en que la pandemia transformará el mundo de tal suerte que una vez se dé por finalizada será necesario rediseñar el mapa de la humanidad.

Ha sido tal el impacto del coronavirus en el mundo que su fatídico fierro quemador ya marca, y para siempre, expresiones cotidianas como el lenguaje, la educación, los negocios y hasta los amores, temores y fervores.

La Historia nos enseña que las crisis, en tanto más severas, generan contradictoriamente oportunidades para aprovechar circunstancias no previstas que se incorporan al cuerpo social como herramientas novedosas para alcanzar objetivos por vías hasta ese momento no exploradas.

Cada debacle es también un campo en el que sobre el dolor, la angustia y la desazón se cosechan inesperados frutos que nos sirven para compensar con creces toda tierra arrasada, todo penacho derribado. Todo sueño cercenado.

En medio de la bruma casi al despejar en el que nos encontramos, vemos cómo florecen nuevas formas de hacer comunicación, de brindar orientación, de producir entretenimiento. El teletrabajo, el seguimiento de muy delicadas convalecencias, facilitar trámites engorrosos o resolver situaciones en las que otrora era indispensable lo presencial ante lo virtual, van quedando como prácticas cada vez más formalizadas.

Vemos ya cómo se "asiste"  a espectáculos desde el hogar, como antes se hacía con los filmes  "on demand", y los vocablos  "streaming" o "challenge" son ya tan familiares que muchos dudarían de que se trata de puros anglicismos.

La gente interactúa mucho más desde el surgimiento de la pandemia y no solo por el abatimiento que produce la soledad. Es también la ventaja que ofrecen unos medios altamente sincronizados y en los que estamos sumergidos como fichas de un enorme tablero.

Hablamos, compramos, debatimos, amamos a través de un celular o computadora como si fuéramos parte de un ágora extraño en el que  las ideas más disímiles son abundosas como habitual es la cháchara más inservible. 

Lo cierto es que la pandemia nos ha cambiado la vida, pero sobre todo, nos ha cambiado la manera de verla y ejercerla. Ya nunca más será como antes. La tragedia y las aprensiones que han sobrevenido con el COVID 19  también nos han traído unas transformaciones que han llegado para quedarse.

Será fácil deducir que los miles de estudios finalizados o por finalizar concluirán en que seremos otro planeta cuando acabe la pandemia del coronavirus. Podemos adelantar, sin embargo, que ya el mundo es otro. 

Los cataclismos siempre llegan para obligarnos a replantear, reconsiderar, aleccionar. Y a partir de la congoja, el duelo, la pesadumbre, avanzar para no morir. Crear para volver a progresar.