“Tengo 30 años usando armas de fuego. No había tenido la necesidad de usar mi arma. ¿Cómo se me quiere pintar como un monstruo?”.
Así se expresó este viernes el señor Rafael Emilio González Alvarez, el ciudadano que inconforme porque utilizaron un parqueo suyo en un residencial de Serallés, disparó sin discutir, por lo menos diez veces, contra el ciudadano Guillermo Silvestre Moncada Aybar.
No hubo discusión. Una hermana del asesinado pedía perdón por el uso irregular de un parqueo que no le pertenecía. La respuesta del victimario fue un empujón a la dama, hasta tumbarla. La víctima no tuvo nada que ver con el incidente, ni con el uso del parqueo, sino su hermana. Pero ella tampoco tuvo directamente que ver, pues quien usó el parqueo privado fue un profesor que visitaba su residencia.
Los testimonios que han salido a flote, luego de los hechos violentos de esta semana, indican que Rafael Emilio González Alvarez presenta signos de una personalidad esquizofrénica y violenta. Por lo menos cinco de los vecinos del residencial dicen haber sido amenazados de muerte por un problema relacionado con un árbol sembrado en el vecindario.
Está claro que esta persona tiene trastornos que van más allá de una personalidad que perdió el control momentáneo de sus emociones. Tomar su arma, disparar salvajemente contra ese que va desprovisto de intenciones violentas, es un elemento contundente sobre la personalidad sicópata del agresor.
Dice más, sin embargo, el hecho de que el agresor no disparara una sola vez, sino reiteradamente hasta 10 disparos. El primero fue en la cara, que de por sí resultó mortal por necesidad. La víctima se desangra y muere en el suelo, pero el victimario, no satisfecho, vuelve con su arma hasta descargarla totalmente en el cuerpo sin vida de Guillermo Silvestre Moncada Aybar. Eso dice más del sadismo y la enfermedad del agresor.
Y finalmente, con total tranquilidad, por lo menos en apariencia, recoger el arma que portaba el agredido –que no llegó a utilizar- y llevársela, conjuntamente con el arma agresora, fue un acto de frialdad que describe bien la característica del sujeto y la conciencia que tenía en el momento de cometer el acto homicida.
No fue un disparo el que hizo el homicida. La intención criminal fue sellada con claridad por la cantidad de disparos que recibió la víctima.
Por más perdón o arrepentimiento que quiebra expresar en este momento el homicida, se trató de un acto de violencia brutal, intolerable, que no guarda ninguna relación con la falta cometida. Para la justicia, y para determinar las circunstancias atenuantes de un hecho, siempre se toma en cuenta las proporciones. Existe una ley física que establece que a toda acción corresponde una reacción. En este caso la reacción ha sido excesiva, desproporcionada y fuera de toda conducta lógica.
La sociedad, justamente, ha quedado conmovida y estremecida de este hecho violento y sin razón. Una discusión por un parqueo, como una discusión por un problema de tránsito, como cualquier otra diferencia, de la naturaleza que sea, no debe ser resuelta con violencia, y menos cercenando la vida de una persona, que como en este lamentable suceso, nada tenía que ver con la queja del victimario.
La justicia tiene que poner el ejemplo.