El Informe de Cultura Política de la Democracia en la República Dominicana y en las Américas 2016/17, mejor conocido como Barómetro de las Américas, nos da la voz de alerta: “La democracia está a la defensiva en las Américas y alrededor del mundo… En el público crece el escepticismo en torno a cuanto éxito puede tener la democracia en satisfacer las expectativas de la ciudadanía y mejorar la calidad de su vida cotidiana”
Esto es muy preocupante, porque abre una brecha para el autoritarismo. Las personas comienzan a pensar que es necesario escoger entre la libertad y la seguridad. Una reacción compresible, las personas necesitan sentir seguridad, se les hace urgente, aun a costa de ceder aspectos nodales del ejercicio del derecho de libertad.
¿Dónde inicia el peligro?
En un artículo anterior, hablé de la perdida de los espacios públicos y el encierro motivado por la necesidad de protección de la delincuencia común, pero no es el único ejemplo.
Cuando por “seguridad” se organizan “redadas” para inspeccionar a la ciudadanía, se está afectando el derecho al libre tránsito. La detención no obedece a la comisión de una infracción de tránsito, ni porque pese una orden de captura sobre la persona o el vehículo conminado a detenerse; o se produzca en medio de una persecución policial. Es una acción al azar o un ejercicio de poder medalaganario, que el Estado ejecuta a través de las fuerzas del “orden”.
A pesar de que las investigaciones han demostrado que este método es ineficiente, condicionan la opinión pública y se convence a la ciudadanía de que eso es conveniente para “su seguridad”. Nos detienen de forma arbitraria, miran dentro del vehículo –o no miran-, te preguntan si tienes armas y “confían” en tu palabra y dependiendo de las “actitudes” te seguirán cuestionando por mucho o poco tiempo. Si la patrulla considera que actuaste de forma “malcriada” o “prepotente”, principalmente si preguntas que en que sustentan la revisión, y dejas claro que es una violación de derechos, podrían ordenarte que abras el baúl y revisaran, o te dejaran ir. En lo personal, nunca me han detenido en la ciudad, y cuando me detienen en carretera, como ejercicio consciente decidí asumir la estrategia de la simpatía extrema y no bien he bajado el cristal cuando me informan que puedo seguir mi camino. Pero esta costumbre me produce pavor, hay muchas historias… parece que se nos olvidan muy pronto, hace poco tiempo, hasta se hizo una campaña espontánea que decía: “policía no me mates, yo me paro en lo claro”
A pesar de esto, la población en general demanda, casi exige presencia policial/militar en las calles. Es paradójico, en este mismo estudio de Latino Barómetro, se informa que el 45.8% de la población encuestada indicó que la inseguridad y la victimización por delincuencia es el problema más grave del país. La población se siente tan vulnerable, que esta percepción aumenta al 59% si es referida al barrio en donde vive la persona. Y en la victimización por corrupción, la percepción de la población coloca a policías y militares encabezando la lista de funcionarios que piden sobornos. La tendencia hacia un bajo nivel de confianza en la Policía se mantiene con un promedio de 35.6 puntos.
Estos datos me hacen pensar que la inseguridad nos entra en una contradicción, en una gran paradoja; no creemos en la Policía, pero a la vez en el imaginario colectivo e individual, seguimos asumiendo que es desde ahí que podremos resolver los índices de delincuencia y criminalidad. Por eso aplaudimos y exigimos que haya mucha presencia policial en las calles, que se hagan acompañar de militares y que vulneren nuestro derecho al libre tránsito, entre otros. Le asignamos ese poder, a la misma institución que consideramos tiene mayor propensión a presionar para sobornar a la ciudadanía.
A mí me parece que estructuralmente seguimos anclados a la idea de un “Estado benefactor” que resolverá nuestros problemas. Estoy consciente que no es posible endilgar a las personas individuales la solución de situaciones que ameritan el compromiso colectivo. La seguridad ciudadana y el desarrollo de las naciones es un proceso que pasa por diversas realidades y enfoques, no es una fórmula mágica que funciona por igual en todas las idiosincrasias, pero definitivamente algo común a cualquier sistema es que la cuota de represión debería ser la mínima, y debería basarse principalmente en certezas de cumplimiento de la norma, en consecuencias pre establecidas y respetadas y en el principio de no discriminación.
¿Qué deberíamos estar haciendo?
Crear las condiciones estructurales y culturales para tratar a todas las personas, desde el respeto a su dignidad. Reconocimiento de derechos, recordar que el Estado y sus instituciones no hacen favores, actúan cumpliendo su principal obligación jurídica que es la de garantizar derechos. De ser necesario, porque la debilidad institucional asi lo requiera, o porque la situación a resolver lo amerite, que haya interacción entre la ciudadanía y las autoridades; que se traduce en creación de mecanismos de inclusión social, reales, efectivos, con protocolos establecidos. Con incentivos y sustentación de las razones para participar basadas en el cumplimiento de los acuerdos. Tender los puentes para la confianza, que implica necesariamente no cooptar los mecanismos de participación y permitir que funcionen desde la transparencia y el respeto a las reglas de juego. Que los partidos mayoritarios acepten que hay otros mecanismos de participación social, y que su compromiso se basa en autoridades electas o nombradas por las electas; pero que las personas que deciden no implicarse en la batalla política de los votos, no pierden su legitimidad social y tienen derecho a exigir el buen funcionamiento del Estado, a participar en la toma de decisiones democráticas y a saber en qué se sustenta cada decisión estatal; sin desprecio de la información clasificada o confidencial por asuntos de seguridad del Estado.
Cuanto tenemos que aprender para no seguir construyendo ficciones sobre la participación de la ciudadanía en la conducción del Estado, para respetar los acuerdos, para entender que la participación ciudadana no puede ser instrumentalización de las personas para conseguir un voto. Que, si bien es cierto que las reglas de juego pueden cambiarse, no podemos modificar la Constitución cada vez que alguien piense que es la única persona con las “luces suficientes” para “conducir los destinos” de la nación. Y esto no lo digo, solo en función del Presidente actual, porque eso lo han hecho tantos, que es parte de la costumbre nacional.
Es tan necesario que la gente comprenda que para vivir con seguridad hay que alejarse de los discursos tremendistas que prometen resolver todo desde el irrespeto a segmentos de la población. Tengan la certeza de que quien abusa de alguien, mañana se va a sentir con el derecho a abusar de usted. Aunque usted ahora piense que su posición, su clase, su nacionalidad, su dinero, su filiación partidaria o cualquier asunto le protege. Recuerden, esas “protecciones” pueden desaparecer. La apuesta más segura es la de construir una democracia en la que podamos ser libres porque tengamos seguridad fundamentada en una vida más equitativa e igualitaria. Y no, no es poesía, es lo que afirma nuestra Constitución. Y no, no es un pedazo de papel, es la definición de un Estado democrático y constitucional de derechos.