La fiesta nacional de la República Dominicana, como las de la mayoría de las naciones del mundo, conmemora la liberación de una nación del yugo de otro. Sus diversas modalidades, no son, como podría pensarse, el fin de un proceso, sino su principio. Esta primera etapa debe complementarse con otra completamente diferente: la independencia interna.
La independencia que celebran las fiestas patrias puede ser de diversas índoles: las de las colonias en relación con las potencias colonizadoras, como las de las colonias americanas o las naciones africanas o la de una nación invadida por otra como es el caso de Grecia o la de los países de los Balcanes. En nuestro caso, hemos tenido independencias de ambos tipos: como colonia española de la Madre Patria, en 1821; y como nación ocupada por los haitianos, en 1844, los españoles en 1865 y los americanos en 1924. La fiesta nacional oficial conmemora nuestra separación de Haití. Somos, por cierto, la única nación en el mundo cuyo ocupante lo fue nuestro vecino insular.
Es evidente que en ausencia de un proceso de esta naturaleza no podría hablarse de independencia. Sin embargo, muchas veces hace falta un proceso de otro tipo para hablar de una independencia integral. Modelos de este celebran las fiestas nacionales de Italia, Alemania y Francia. Del análisis de dichos procesos podremos sacar conclusiones valiosas.
Ni Alemania ni Italia ni Francia celebran la liberación de una potencia extranjera. En el caso de Italia y Alemania, se celebra sus respectivas unificaciones. Italia lo hizo en 1871, como culminación del proceso que se conoce como Resurgimiento. Alemania lo hizo dos veces: la primera también en 1871, cuando los numerosos estados de habla y cultura germana (excepto Austria) se unificaron bajo el liderazgo de Prusia; la ultima vez, a partir de 1990, luego de la caída del Muro de Berlín y el régimen soviético.
El caso de Francia es particular. A pesar de que Francia fue sucesivamente ocupada por celtas, romanos y francos, a pesar de haber sido ocupada por la Inglaterra medieval y por la Alemania nazi, la fiesta nacional francesa nada tiene que ver con el fin de dichas ocupaciones: celebra en su lugar el fin de una monarquía de más de mil años.
Las fiestas nacionales de estas tres naciones celebran, en consecuencia, su fortalecimiento. En el caso de las dos primeras, este fortalecimiento es el que se desprende de la unión de la que habla el dicho. En el caso de Francia, el fortalecimiento es consecuencia de la eliminación de un régimen despótico en el que una minoría privilegiada (la nobleza y el clero) explotaban a una mayoría trabajadora (el campesinado y la pequeña burguesía).
Es evidente que en nuestro país no han tenido lugar procesos similares. Los partidos, en particular el partido oficialista, promueven la división entre los dominicanos, división de las que obtienen múltiples ventajas. Por otro lado, persiste un ambiente de injusticia en el que los gobernantes hacen las veces de nobleza y la iglesia católica la de alto clero, los cuales se unen para oprimir al pueblo.
Para hablar de una verdadera independencia, tenemos que terminar con ambas situaciones. Debemos luchar para que terminen los privilegios de los políticos, que se manifiestan sobre todo en su corrupción e impunidad, así como su capacidad de dividirnos.
Habrá quien alegue que el verdadero peligro que corre nuestra independencia lo constituye la inmigración ilegal haitiana. Diría que no, ya que la misma es consecuencia de la indolencia de nuestros gobernantes, así como de la corrupción que roba los recursos necesarios para regularizar tal situación. Si se resolviesen estas dos últimas situaciones, sucedería lo mismo con la primera.
Por otro lado, mal podría calificarse de independiente a un pueblo en el que cada vez más individuos sueñan con una nueva dictadura, con un trujillismo de nuevo cuño, o defienden un trujillismo ilustrado como el de los gobiernos peledeísta.
Este 27 de febrero, deberíamos reflexionar sobre esto.