Una etnia gravitante en cualquier período histórico, a la que muchos dominicanos se niegan a otorgar la importancia que merece, es la que nos proveen los vecinos haitianos. Importantes familias y hombres ilustres de distintos períodos históricos, poseen ascendientes haitianos en primera, segunda o tercera generación. Corrientemente, este detalle genealógico ha sido, cuando no ocultado totalmente, sutilmente encubierto, debido al afán histórico dominicano de impedir cualquier tipo de ligazón política, social, cultural, y mucho menos sanguínea con la población de la parte oriental de la isla.

Esta ligazón sanguínea, en vez de reducirse, se ha ampliado vigorosamente en las décadas posteriores al final de la era de Trujillo, debido, fundamentalmente, al trasiego de jornaleros haitianos hacia el territorio nacional para las labores del corte de caña, los cuales durante los períodos de zafra y, posteriormente, cuando muchos de ellos permanecen en el país concluido el proceso laboral mencionado, se unen a mujeres dominicanas con las cuales procrean hijos con el sello haitiano. Los trabajadores provenientes de Haití se han ido incorporando, además, en los últimos años, a otras faenas agrícolas en diversas comunidades de la República, así como a la industria de la construcción. La creciente inestabilidad política exhibida por esa nación en el último decenio, especialmente, ha movilizado a centenares de haitianos hacia nuestro territorio, lo que ha acentuado, entre otros dilemas sociales y culturales, los ayuntamientos carnales con mujeres dominicanas, y, también, desde la otra vía, de mujeres haitianas con hombres dominicanos, afectándose así sensiblemente la nacionalidad dominicana con la inserción de una amplia prole dominico-haitiana en la genealogía del hombre dominicano actual.

Contrario a lo que pueda pensarse, estos ayuntamientos carnales no sólo ocurren en los más bajos niveles sociales, sino que, incluso, sectores de clase media alta han participado, en los últimos años, de este proceso desnaturalizador de la etnia dominicana, al concebir y efectuar relaciones íntimas con personeros de la vida política y empresarial haitiana, fundamentalmente, en lo que respecta al sexo femenino de manera principal. Todo esto ocurre casi de manera clandestina, en lo que concierne a los niveles sociales altos, porque, en los niveles bajos de la sociedad la presencia de nacionales haitianos de uno y otro sexo conviviendo con nacionales dominicanos se efectúa sin ningún tipo de cortapisa en los sectores barriales de menores ingresos de la capital de la República y los bateyes del Este y Sur del país. De esta manera, la presencia haitiana en la genealogía dominicana, que tiene antecedentes históricos definidos -con ascendencia haitiana en sus genes figuran nombres tan ilustres como los de Ulises Heureaux, Gregorio Luperón, Rafael Leónidas Trujillo, Joaquín Balaguer y José Francisco Peña Gómez- no hace más que sostenerse y solidificarse sanguíneamente, con una vigorosidad silenciosa, más fuente que la árabe que ha mantenido su crecimiento natural, produciendo al mismo tiempo que una conjugación de factores genéticos, una conjugación de factores culturales, con los que poco a poco, tramo a tramo, se diluye el ser dominicano en su concepción originaria y en su naturaleza fundamental.

En 1994, en la primera edición de su libro La Conjura del Tiempo, memorias del hombre dominicano, el intelectual José Rafael Lantigua, planteaba el desafío que se cernía sobre la sociedad dominicana con la definición del llamado ayuntamiento carnal entre dominicanos y haitianos, de diversas clases sociales, pero muy especialmente en los sectores populares.

Han pasado ya 21 años de la edición de ese excelente texto, y el dilema que vive la sociedad dominicana en los últimos años es cómo resolver, sin violentar los derechos humanos o crear apatridia, lo que nos ha ido dejando irremediablemente ese ayuntamiento carnal. ¿Quién lo impide, por ejemplo, también entre árabes y dominicanos, españoles y dominicanas, asiáticos y caribeños, dominicanos y brasileños, europeas y dominicanos? Es parte de la vida.

Además, no se trata de un proceso reciente, sino de un ayuntamiento bastante extendido en el tiempo, como lo señala José Rafael Lantigua, al mencionar los nombres de dictadores dominicanos, libertadores dominicanos y políticos y ex presidentes, que han sido parte de esa relación entre haitianos y haitianas y dominicanos y dominicanas.

Un punto para la reflexión, porque este tema que hoy ocupa a las autoridades y a la sociedad, no tiene una solución sencilla, con las repatriaciones, por ejemplo, como algunos sostienen. La solución tiene que buscarse respetando los derechos humanos, asumiendo la responsabilidad de la sociedad y el Estado, incluyendo al sector privado empleador, que fueron los responsables de la contratación de mano de obra haitiana, que luego dejaron irresponsablemente en el país. Esa es la historia, esa es la realidad. Hace 21 años José Rafael Lantigua lo identificó como un serio problema para la geografía racial dominicana. Que nadie se haga ilusiones, pues no hay un solo dominicano puro, ni lo hubo antes ni lo habrá en el futuro. Somos parte de un ayuntamiento carnal colectivo, en especial con el Caribe, entre europeos y africanos.