El incidente en que fue secuestrado el reconocido cardiólogo dominicano Pedro Ureña, junto a un grupo de ciudadanos dominicanos que realizaba turismo interno en el sur profundo del país, representa un preocupante desafío para las autoridades responsables del cuidado de la frontera.

El incidente se produjo en Restauración, provincia de Dajabón, el pasado domingo. Los haitianos habían cruzado la linea fronteriza y protestaban porque las autoridades dominicanas habían despojado a un haitiano de una motocicleta. Una cantidad considerable de jóvenes, provistos de objetos peligrosos (Ureña no habló de armas) fueron los que detuvieron los vehículos de los dominicanos que transitaban por la carretera internacional. El secuestro de los ciudadanos se produjo ante la mirada de miembros de las instituciones militares dominicanas, responsables del cuidado de la frontera. No hicieron nada para proteger a las personas secuestradas o para liberarlas. La forma de salir del enredo fue decir que los secuestrados eran ciudadanos norteamericanos, lo que los benefició, además de la devolución de la motocicleta que había originado las protestas.

El hecho ocurrió en territorio dominicano. Ya el Ministerio de Defensa ordenó realizar una investigación sobre el incidente, y es probable que en pocas horas esté ofreciendo un informe sobre los sucesos de Restauración.

Hay que considerar que los militares dominicanos conocen bien el ambiente y las costumbres de las comunidades haitianas que viven en esa zona, y que muy posiblemente calcularon que no pasaría nada si mantenían una actitud de prudencia. Era probablemente la mejor forma de conservar la seguridad de los ciudadanos dominicanos que involuntariamente se encontraban retenidos.

Esa frontera, como casi toda la frontera dominico-haitiana, permite el paso constante -y la convivencia- entre haitianos y dominicanos. La retención de una motocicleta fue el motivo de la ira de los haitianos. Jamás debieron recurrir a la retención o secuestro de ciudadanos que pasaban por allí y que ellos podrían imaginar que no vivían en los alrededores, porque se trataba de turistas dominicanos o extranjeros que reconocían la zona.

Hay quienes piensan que los militares debieron hacer algo. El mismo Pedro Ureña dijo que se sentía indignado por la pasividad de los militares dominicanos. Tal vez hicieron bien, pero si los militares dominicanos hubiesen tomado parte en el conflicto las cosas no terminan pacíficamente. Si los militares dominicanos toman decisiones para controlar las actuaciones de los haitianos airados, las cosas no terminan sin incidentes mayores. ¿Si las tropas dominicanas hieren o matan a uno, a a unos cuantos de los haitianos, no estaríamos ahora ante un incidente internacional?

Es un tema que deberán evaluar los investigadores del Ministerio de Defensa. Los militares están entrenados para proteger la frontera, no para resolver asuntos como la retención o secuestro de personas. Permitir que los militares dominicanos intervinieran es, probablemente, demasiado riesgoso para el doctor Pedro Ureña y las demás personas involucradas.

Congratulémonos de que nadie salió físicamente lesionado y que no tengamos ahora un conflicto internacional con las autoridades de Haití. El Ministerio de Defensa deberá tomar en cuenta situaciones como esta para preparar a los militares ubicados en la frontera a hacerle frente son que haya daños para ningún ciudadano que camine por la zona fronteriza.