La  figuración pública de la pastora Rossy Guzmán entre los encartados por el sonado caso Coral pone también en encurtida tela de juicio un aspecto que ha quedado entreverado entre millones de pesos y tráfico de influencia. Se trata de la perversa instrumentalización de la fe religiosa para obtener ganancias ilegales.

Antes como ahora, en las religiones han coexistido profetas verdaderos y predicadores mentirosos. Por igual, pulcros anacoretas y magnates ensotanados, ministros que enaltecen a Jesús y otros que lo niegan tres mil veces. Siempre son los menos, pero son los que escandalizan más.

Utilizar un templo, cual que sea la denominación, como un centro de operaciones financieras ilícitas es algo más que delinquir por motivos de estricta ambición material.

Y es que no solo se esquilma al erario, con todo lo que ello implica en términos de reducción efectiva de recursos que debieron destinarse a paliar problemas de salud o educación, por ejemplo. Es que también se engaña a una feligresía incauta que, elevando su fervor al cielo,  ignora cómo éste es utilizado como mampara que oculta una red mafiosa más que terrenal.

Nunca mejor utilizado el término de falsos profetas para describir a quienes, ungidos por el afán de incrementar sus cuentas bancarias, arrean fieles como ganado rentable y practican el peor de los fariseísmos predicando a su favor en nombre del Señor.

Siendo los menos, sin embargo, infligen el mayor de los daños a quienes con sinceridad y dedicación propagan el culto, lo que debería ser suficiente motivo de preocupación para que las congregaciones depuren y corrijan.

El caso Rossy Guzmán no es el primero. Tampoco será el último. Pero conveniente sería que, entre el fervor y la gloria, se difundiera la palabra de la advertencia y la concienciación.

 Los feligreses no merecen estar a merced de quienes ofenden el templo y no encuentran quien pegue justicieros latigazos.

Al final, no sabemos quién daña más, si predicadoras fervientes como Rossy Guzmán, o un nuncio apostólico, representante del papa, que practica la pedofilia en nombre de Dios, seduciendo a niños pobres que deambulan "buscándosela" en el Malecón de Santo Domingo, como los que conseguía Joseph Wesolowski. Ustedes escojan.