El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, con motivo de finalizar su segundo período de gobierno ha ofrecido su último discurso con un tono esperanzador y haciendo recomendaciones sobre las líneas a seguir por la sociedad, para mantener los valores democráticos y la construcción de una democracia más sólida y participativa.
Ha dicho el presidente saliente que estará acompañando a los ciudadanos, como uno más, en las luchas futuras por conquistar más espacios democráticos. Admitiendo que faltan muchas conquistas, dijo que el futuro sigue en manos de los ciudadanos, y que una democracia que se sustenta en el miedo no funciona.
Está muy bien que un presidente que ha gobernado durante ocho años la mayor potencia económica, política y militar del mundo moderno se sienta compromisario de temas como el cambio climático, la democracia, la transparencia, la igualdad de las personas, el rechazo al racismo, las desigualdades económicas y sociales, y factores sociales modernos como la migración, los derechos de las minorías, incluyendo a los homosexuales, o la reapertura de relaciones con países que durante más de 50 años, como el caso de Cuba, pasaron por la terrible experiencia de un bloqueo económico y político de parte de Estados Unidos.
Se puede admitir que el discurso de Obama fue esperanzador, y abriendo un camino para que sus seguidores entiendan o admitan, en primera instancia, los cambios que vienen con la nueva administración a partir del 20 de enero.
En realidad, el triunfo de Donald Trump como candidato republicano es responsabilidad fundamentalmente de la administración de Barack Obama. Hay quienes han atribuido la derrota a la precariedad de la candidatura de Hillary Clinton, pero para este primer presidente negro que se despide de dos mandatos continuos en la Casa Blanca, la victoria de Trump represente su derrota política más contundente.
Ahora lo que está en peligro es el legado político, social, económico e institucional de Barack Obama.
Trump representa la antítesis de Obama como presidente. Mientras en Chicago Obama pronunciaba un discurso de 50 minutos políticamente correcto, este miércoles Donald Trump ofrecía su primera rueda de prensa, y de inmediato negaba la posibilidad de hacer preguntas a un periodista de la cadena CNN, lo mandaba a callar y daba continuidad a otra persona menos desagradable que el reportero Jim Acosta. No es la primera vez, pero sí resulta muy obvio que desde la primera entrevista con periodistas que ofrece, después de su elección, el nuevo presidente de los Estados Unidos está dejando claro que es un adversario de los medios de comunicación.
Por eso, acostumbra a manejar todos los asuntos en Twitter. Por esa red social responde sobre cualquier tema, sobre cualquier asunto internacional, de seguridad, o ataca directamente a las personas, como acaba de ocurrir con la actriz Meryl Streep.
Mientras los funcionarios de la administración Obama desde el primer momento cumplieron con las normas éticas, de presentar y resolver sus conflictos de intereses al momento de ser designados, en el caso de los funcionarios de la nueva administración, se han dejado a un lado las normas de la poderosa Oficina de Ética Gubernamental (OEG), establecida en 1978 en medio de una ola de reformas post-Watergate destinadas a asegurar que los funcionarios del gobierno federal trabajen por el bien público y no por su propio beneficio personal, según una nota publicado esta semana por el diario www.vox.com.
Por tanto, Obama se despide con un buen discurso en medio de una situación insólita, política y éticamente hablando, con un equipo gubernamental que arriba a la Casa Blanca dispuesto a romper las reglas y a cambiar el legado histórico de los presidentes democráticos norteamericanos, para convertirse, como ha dicho el propio Trump, “que seré el mayor creador de empleos que Dios ha creado”. Seamos testigos de los grandes éxitos que les esperan a Estados Unidos con Donald Trump como comandante en jefe.