Monseñor Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, quien hasta el pasado sábado fuera Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, merece nuestra atención, luego de entrar en un período de descanso merecido en sus altísimas responsabilidades pastorales en la Iglesia Católica.
Monseñor López Rodríguez, sacerdote nacido en Barranca, La Vega, se destacó como sacerdote en la región del Cibao, luego de su ordenación por Monseñor Francisco Panal Ramirez, el 18 de marzo de 1961. El 16 de enero de 1978, aún en los 12 años de Balaguer, el papa Pablo VI lo designa obispo, y pasa a ocupar la diócesis recién creada, que tiene como sede a San Francisco de Macorís.
Le correspondió al entonces recién electo papa Juan Pablo II elevarlo a la sede del Arzobispado de Santo Domingo, el 15 de noviembre de1981, en sustitución del cardenal Octavio Antonio Beras Rojas, quien además de cardenal ejercía la función de Arzobispo.
Desde entonces la relación de Nicolás López Rodríguez con el papa fue creciendo y formando una alianza que se mantuvo hasta el fallecimiento del papa polaco. El papa influyó en su elección el 25 de abril de 1991, como presidente de la importante Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM), con miras a la realización de la IV Conferencia de Obispos del continente que debía realizarse en Santo Domingo en 1992, en la conmemoración de los 500 años del inicio de la llamada evangelización iniciada con la llegada de los españoles en 1492.
No tuvo que esperar mucho, pues el 28 de junio de 1991 Juan Pablo II lo hizo cardenal.
Desde entonces fueron muchas las misiones pontificias que debió realizar el cardenal López Rodríguez, cumpliendo los encargos del papa Karol Józef Wojtyła, hasta su fallecimiento el 2 de abril de 2005.
A partir del 2005 la Iglesia siguió la misma línea de Juan Pablo II, pero encabezada por el más intelectual de los papas de los últimos siglos, Benedicto VI, quien no puso mucho énfasis en las iglesias ni en los obispos de América Latina, y la conferencia que se realizó en su papado, la de Aparecida en Brasil, fue tan poco relevante y neutral como muchas de las políticas pastorales que se impulsaron, en medio de una gran confusión y crisis moral. Hasta que Ratzinger renunció y dio paso a una elección que representara un cambio en la Iglesia. Y llegó Francisco, el primer papa latinoamericano. Legó Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, con un discurso y una apertura distinta. Nuevos bríos y otros vientos comenzaron a soplar desde Roma. Y obispos que habían tenido nexos fuertes con Juan Pablo II perdieron vigencia, notoriedad. Lo mismo que sus prédicas conservadoras, que dejaron de tener aplausos en los pasillos del Vaticano.
No le pasó exclusivamente a Nicolás López Rodríguez. Ocurrió a muchos obispos y arzobispos que habían mirado demasiado hacia Roma. Norberto Rivera en México, Juan Luis Cipriani, en Perú, entre otros. Ese es mal que una vez el genial cardenal español Enrique Tarancón, que enfrentó a Francisco Franco, le reclamó a sus colegas en el Epíscopado: Dijo que los "obispos españoles tienen tortícolis de tanto mirar a Roma”.
Algunos medios de comunicación internacionales han interpretado la designación de Francisco Ozoria Acosta, nuevo Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, como un mensaje del camino que seguirá el papa Francisco en el cambio de mando en la Iglesia de América Latina. Conservadores los hay en abundancia, por citar algunos habrá que mencionar a los obispos de Honduras, Nicaragua, El Salvador, Venezuela. Santo Domingo, México y Lima se ganaban las preseas del conservadurismo en el discurso eclesial del continente. Y los cambios han comenzado por la Iglesia Primada de América, en donde el papa ha escogido a un obispo de origen humilde, de gran vocación pastoral, de un discurso abierto, inclusivo, que entiende está llamado al pastoreo de todos los ciudadanos, incluyendo a los no creyentes.
En ese contexto hay que reconocer los difíciles momentos que ha vivido la Iglesia en un mundo que igualmente se mueve bajo presión ideológica y política. La Iglesia es parte de ese mundo en cambio, y por ello constantemente está sujeta su propio aggiornamento, como dicen los italianos.
Tal vez la despedido de López Rodríguez ha debido ser más cálida. Tal vez esa calidez ha sido reservada para el que llega y no para el que se va. No obstante, López Rodríguez seguirá siendo cardenal, y será invitado a actividades y podrá reflexionar y dialogar sobre temas que les son de su interés. La diferencia es que ahora no tendrá el gobierno de la Arquidiócesis de Santo Domingo.