El reinicio de actividades, luego de una Semana Santa en calma y con baja violencia, implica un compromiso para los partidos políticos y aspirantes a la presidencia y demás cargos electivos.

La Junta Central Electoral terminó con el proceso de inscripción de candidaturas. El gobierno aceptó eliminar la publicidad oficial hasta el 15 de mayo, y los aspirantes a cargos electivos deberán contribuir a este ambiente de distensión con un discurso que no incentive la violencia o el debate sin sentido ni racionalidad.

Por suerte en los próximos días la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios y varias entidades estarán promoviendo debates sobre los temas municipales y legislativos, con aspirantes a posiciones en el Congreso y en los municipios. También habrá debates presidenciales, entre los aspirantes de la oposición, porque el presidente Danilo Medina y su equipo han negado cualquier posibilidad de que el éste se sume a cualquier encuentro que represente un reconocimiento de los aspirantes opositores.

Al reiniciarse las actividades luego de la Semana Santa, la aspiración es que el país retome el camino de la tranquilidad: Los procesos electorales son parte de la contienda democrática, y que gane uno u otro aspirante no significa que el país se va por despeñadero o que la democracia será más débil.

Cuando se revisan los procesos históricos dominicanos, y en particular los que tienen que ver con las elecciones, se puede constatar que se realizan sobre el criterio de que las elecciones deciden el destino del país. De que a partir del resultado habrá un antes y un después. Como las elecciones amañadas que dieron como resultado un candidato electo con casi el el 100 por ciento de los votos, en 1930, con Rafael Leónidas Trujillo como candidato, siendo como era el jefe de la Guardia Nacional, que había auspiciado el golpe de Estado contra el gobierno de Horacio Vásquez, y que a partir de su llegada al poder transformó a la República Dominicana en una cárcel particular siendo Trujillo el amo y señor de sus habitantes.

Con el surgimiento de la democracia dominicana, a la caída de la dictadura de Trujillo, se “normalizaron” los procesos electorales. Juan Bosch ganó el primero, Joaquín Balaguer ganó los siguientes, hasta 1978, cuando tuvo que salir de la presidencia.

En cada momento, los procesos electorales que han seguido realizándose en el país vaticinan una especie de quiebre de la institucionalidad, y no ha sido así. Ni siquiera los amañados procesos electorales de 1990 y de 1994 rompieron la democracia dominicana. Balaguer se quedó en el poder en esos momentos, pero debió negociar con la oposición y hubo cambios constitucionales y garantías de que el proceso político en libertad continuaría.

Así ha sido. El presidente Hipólito Mejía cambió la Constitución en 2002 para permitirse una vez más ser presidente y candidato a la reelección. Y perdió las elecciones de Leonel Fernández. Leonel se reelige en el 2008 y gobierna hasta el 2012, dejando una Constitución con la reelección prohibida. Danilo cambió esa constitución para permitirse una reelección. Y en esa estamos. Nos hemos acostumbrado a estos cambios para que el presidente de turno busque la reelección, y la democracia no ha sucumbido.

Lo ideal es que no se acabe, o que no terminemos de enterrarla.