El pasado martes, 3 de enero, nos preguntamos sobre los planes del gobierno para hacer frente a la delincuencia. Ese mismo día se informó de una reunión del presidente Danilo Medina con los organismos de seguridad del Estado, que no incluyó a la Policía Nacional, para delinear los planes oficiales oficiales frente a la delincuencia. Eso se dijo.
La pregunta que nos hacíamos no era peregrina. La inseguridad ciudadana sigue siendo el principal problema identificado por la ciudadanía.
Un informe de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) establece que en el 2015 la inseguridad de la ciudadanía estaba desbordada. El dato no deja lugar a dudas:
“De acuerdo a los resultados de la encuesta 72 de cada 100 personas, es decir un 72.2 por ciento tuvieron presente el tema de la delincuencia, mientras que 28 de cada 100 no lo han tenido”.
Cuando las cifras indican que más de 70% de la población está afectada, tiene miedo, y ha dejado de realizar actividades por miedo a ser asaltado, atracado o agredido, está claro que el gobierno tiene la obligación de intervenir y buscar salidas viables, justas, que tranquilicen a la mayor parte de la sociedad, que la gente confíe en la autoridad establecida para ello, en este caso la Policía Nacional.
La gente está cambiando los hábitos. En primer lugar, las personas están dejando de salir de sus casas para no ser asaltadas. Eso es muy grave. Algunos se refugian en sus casas y no van a la escuela, a la universidad, a las iglesias, a los centros de salud. Apenas reducen su actividad para ir al trabajo, o cualquier otra actividad que es fuente de su sustento.
Esto quiere decir que la delincuencia reduce el crecimiento del Producto Interno Bruto. Que la delincuencia devalúa la capacidad productiva de las personas. Que la delincuencia influye en el precio de las viviendas, dependiendo del sector en que se vive, que la delincuencia impide que la gente se divierta, salga de vacaciones o tenga que invertir en comprar armas.
El papel fundamental en este caso, para aportar percepción de seguridad, sigue siendo la Policía Nacional. Extraña que el equipo de gobierno que se reunió el martes 3 de enero con el presidente de la República no incluyera al director de la Policía Nacional. ¿O fue que la reunión se dedicó exclusivamente a tratar el tema relacionado con el grupo de asaltantes dirigido por John Percival Matos? Aún así, tal vez era necesario incluir al general Nelson Peguero Paredes.
Los datos están hablando. En el 2015 la situación era menos peligrosa que en la actuallidad, cuando hay mayores temores. El 55% de las personas dice que anda ahora más vigilante para evitar las agresiones y los asaltos, el 35% dice que ha dejado de portar prendas y otros objetos que llamen la atención de los delincuentes, el 20% dice que evita salir en horas de la noche y el 15% dice que no frecuenta ya lugar que pudieran ser peligrosos.
En sus casas las personas han tomado medidas adicionales. El 68% dice que ha decidido reforzar la seguridad de las puertas y las ventajas, para evitar los robos, el 22% ha colocado verjas de hierro en sus casas, y el 9% ha decidido tener perros como medidas de seguridad. En los establecimientos comerciales en los barrios ha ocurrido un fenómeno, que se ha incrementado en los últimos meses: casi todos han colocado verjas de hierro que separan a los dependientes de los clientes. Poco a poco se han ido creando fortalezas semi blindadas en cada establecimiento comercial o de venta de alimentos.
El barrio ya no es el barrio que conocimos en el pasado. las relaciones personales han sido violentadas o rotas. La vecindad, la confianza se ha perdido. La soledad es parte de nuestra vida cotidiana, como lo es el miedo, la falta de confianza y la desaparición de la solidaridad, tan propias de los ciudadanos y ciudadanas de la República Dominicana.
Estamos dejando de ser lo que fuimos. Y poco a poco estamos siendo seres encerrados, en prisiones que hemos construido nosotros mismos, para defendernos de nuestros vecinos, de sus hijos, o de los relacionados. Y todo ello por la ruptura que representa el brote delictivo que ha desbordado a las autoridades.
Es un tema para estudios más profundos. No es para entregarlo a los miembros de las Fuerzas Armadas, ni al Departamento Nacional de Investigaciones. Las señales están ahí, y lo correcto es hacer una buena lectura de los orígenes de este serio problema que nos va transformando.