Mientras los cardenales se reúnen y coordinan para escoger un Nuevo papa, los católicos del mundo revisan con cierto dejo de desconfianza el momento que vive su Iglesia en la actualidad.

Las mujeres, especialmente, tienen muchos motivos para desconfiar de su Iglesia que se alimenta de su fe, pero que no toma en cuenta sus preocupaciones. Son muchos los problemas de la mujer en el mundo de hoy, como acaba de demostrarse en la Conferencia de Naciones Unidas sobre la mujer, y es precisamente con los países fundamentalistas y machistas con quienes se alía la Iglesia Católica para negarle a las mujeres reivindicaciones por las que vienen luchando desde hace años.

El grupo más afectado por las violaciones sexuales, la impunidad y la protección de la jerarquía católica ha sido precisamente el de las mujeres. Nada nuevo bajo el sol, precisamente 40 años después de que el mundo conociera uno de los movimientos más importantes y extenso en demandas políticas: la liberación de la mujer.

Los países han avanzado, pero la Iglesia sigue negando derechos sustanciales a las mujeres. El derecho a ser ordenadas, el derecho a la sexualidad, el derecho a decidir en las grandes decisiones de la Iglesia, y hasta el derecho a interpretar teológicamente el fundamento del cristianismo le ha sido vedado a las mujeres. La Iglesia sigue siendo una institución de hombres y para hombres. Con el agravante de que quienes dirigen la Iglesia tienen cierto grado de misoginia.

Lo que está viviendo el catolicismo no es una crisis de la fe. A nivel mundial los católicos están inquietos, están indignados, están sobrecogidos, están sorprendidos. Muchos no saben interpretar bien la decisión de Benedicto XVI de echarse a un lado ante los desafíos que tiene la Iglesia, siendo él uno de los más profundos y conocedores de la realidad de la Iglesia, además de ser un intelectual de gran valor y calidad.

Los cardenales que se reúnen en el Vaticano no saben lo que va a pasar con la elección del nuevo papa. No hay candidatos predeterminados, no hay líneas. Hay muchas divisiones y muchísima desconfianza. Cualquier cosa podría pasar. El colegio cardenalicio no es lo que al parecer siempre ha sido. Hoy es más una amalgama de intereses, salpicado de hipocresía, que un grupo de superdotados asesorados e inspirados por el Espíritu Santo.

Lo que están viviendo, en carne propia, los católicos del mundo es una falta de confianza en las autoridades de la Iglesia en todo el mundo, comenzando por las parroquias, siguiendo con los diócesis y con las conferencias episcopales. El documento que describe la crisis moral de la Iglesia, que supuestamente existe y se sabe quiénes fueron sus autores, es lo que provocó la renuncia del papa y el gran estremecimiento al que se encuentra sometida en la actualidad la Iglesia Católica.

Lo que la gente habla en las calles, en sus comunidades, en los carros públicos, en los aviones y donde quiere que puede hablar es que el mundo de hoy, y en especial los jóvenes, han impactado duramente a la Iglesia, han puesto en cuestionamiento su conducta y su moral, y en especial la disposición de los jóvenes a hablar por redes sociales ha dado demostraciones terribles de hasta dónde ha perdido calidad la palabra de los ministros católicos.

Hay que esperar que la Iglesia, en la mente y conciencia de cada uno de los cardenales reunidos en Roma, tenga la oportunidad de revisar la realidad y poner con claridad la respuesta. En primer lugar con la elección de un papa más joven, dispuesto a compartir la actualidad encarnada en la palabra, y con capacidad para aggiornarse, como bien dijo ya el Concilio Vaticano II, para que la Iglesia pueda ser alimentada por una nueva primavera.

De lo contrario, estaremos ante un serio desafío de la fe. La Iglesia Católica es importante, y representa un punto esencial en la cultura moderna, por los valores y principios que enarbola, como bien ha dicho Mario Vargas Llosa en su último libro La Civilización del Espectáculo, pero el terreno que ha perdido y sigue perdiendo es el camino hacia su derrota definitiva.