Eran las 6:09 minutos de la tarde, el lunes 23 de mayo. La ciudad estaba con uno de los endemoniados tapones que le rompen la vida y la tranquilidad a cualquiera. Y el hecho ocurrió en la intercepción entre las avenidas 27 de Febrero y Abraham Lincoln, en donde el entaponamiento a veces es exasperante.
El ministro iba en su impresionante jeepeta Toyota Sequoia, modelo V8 4WD, y llevaba dos personas de seguridad con él, más el conductor del vehículo. Y cuando los chóferes del transporte público, que son irresponsables y suicidas esperaban a que cambiara del rojo al verde para poder cruzar, impunemente el vehículo del ministro se comió el semáforo en rojo de forma tan absoluta que los vehículos que iban oeste-este y viceversa, debieron detener el tránsito.
El hecho no deja de sorprender, porque se trata de un vehículo oficial. Para más detalles lleva la placa 011, es color azul plomizo. Si se tratara de que el ministro no iba dentro, y que aquello no fue más que uno de los miles de actos irresponsables de los chóferes con rango militar y policial que andan por la ciudad comiéndose a todo el que se le cruza en el camino, independientemente de que haya o no semáforo. No, pues el ministro iba dentro.
¿Que llevaba urgencia? Si, la misma que lleva todo el que está metido en un tapón a las 6:00 de la tarde en cualquier punto de la ciudad. Claro, el ministro no llevaba franqueadores, de los que le abren el paso a cualquier funcionario y sepultan las urgencias de todos los demás ciudadanos cada día, con absoluta impunidad, porque sus prioridades están por encima de las que tienen los demás mortales.
Su vehículo bajó raudo por la Abraham Lincoln, a una velocidad excesiva para la ciudad y para una avenida como esa, en dirección norte sur, penetró por la Universidad Domínico Americana, en dirección a la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y allí con toda la calma se detuvo frente a la rectoría de la UASD y pasó a un acto de la academia.
Cuando un ministro, educado en Francia, con doctorado en sociología, con conciencia política y patriótica, decida pasar por encima de las normas, de las leyes, de la convivencia, del respeto que merecen los demás, las cosas andan mal. Muchas preguntas surgen sobre este tipo de actuación.
¿Es común que el ministro haga esto o permita que su conductor lo haga? ¿Es común que el ministro exponga la vida de las personas para llegar a tiempo a un lugar? ¿Qué le habría ocurrido a un policía de tránsito que se atreviera a detenerlo en flagrante violación de las normas y leyes del tránsito? ¿Se hubiese atrevido a ponerle una multa o a quitarle la licencia al conductor? ¿Se hubiese detenido el vehículo del ministro si un policía lo manda a detener por comerse un semáforo en rojo?
De todos modos se trata de un ministro, un hombre que es ejemplo de honorabilidad y responsabilidad, que reconoce hasta dónde llegan los límites en las funciones públicas y que reconoce que un cargo no hace a un hombre, sino que le entrega una responsabilidad para que sirva al pueblo.
No hay razones para que cada día, quienes se indignan por las violaciones de las normas del tránsito de los choferes de CONATRA y Fenatrano y muchos otros agresivos y desesperados que andan manejando vehículos, maldigan estas conductas desviadas y esquizofrénicas. El ministro ha dado el mal ejemplo y le ha quitado responsabilidad a quienes, sin cargos públicos encumbrados, hacen lo mismo.