Dos vicios nefastos han dañado desde hace decenios las relaciones entre los políticos y el resto de la sociedad dominicana: el rentismo y el clientelismo.
Del primero no se suele hablar, explicar y criticar tanto como el segundo. Ambos constituyen modalidades de la corrupción.
El dueño del dinero aporta para la campaña electoral del partido o del candidato, y una vez que se ha ganado las elecciones ese donante contará con el privilegio de unas relaciones especiales con que funcionario y, en algunos casos, con el propio Presidente de la República. Este vínculo especial cobija todo género de ventajas personales y grupales, tráfico de influencia y otras modalidades de corrupción, que cuestan caro a la ciudadanía. Este vicio es el rentismo.
Por el contrario, en la práctica del clientelismo el candidato y el partido suelen “regalar” pequeñas cantidades de dinero o comida miles de ciudadanos y ciudadanas pobres.
Esa parte de la ciudadanía, excluida y dejada fuera de las oportunidades que debe de brindar el Estado para que las personas puedan resolver sus necesidades en base a su trabajo honesto y disciplinado, cae en la trampa de establecer con quien así lo manipula y humilla una especie de vínculo de lealtad y dependencia.
También son tradiciones el trato cruel a los animales que se produce con las lidias de toros, gallos, perros y hasta peces
Así, para cada época de elecciones, Semana Santa, Noche Buena, Día de Reyes, Día de las Madres, los más pobres reciben migajas de los políticos. Y cuando llega el día de las elecciones recibirán otras migajas a cambio de ser llevados a votar por un determinado candidato o partido.
Quien acude a recibir esas dádivas sufre golpes y vejaciones, y en ocasiones hasta resulta lesionado, no importa que se trate de personas envejecientes y de hasta niños.
Todos los años se produce el mismo espectáculo denigrante, lamentable y abusivo. Las excepciones, como la distribución ordenada que hizo el Despacho de la Primera Dama, Cándida Montilla, son escasas.
Los partidos y sus dirigentes suelen justificar este pernicioso vicio político-social bajo el argumento de que es “una tradición”.
Nada más absurdo. Sólo hay que pensar que también fueron tradiciones el trato vejatorio a las mujeres (en gran medida aún vigente), la esclavitud impuesta por países y etnias sobre otros.
También son tradiciones el trato cruel a los animales que se produce con las lidias de toros, gallos, perros y hasta peces.
¿Y qué decir de la ablación a que son sometidas las niñas en algunos países bajo el infeliz pretexto de que forma parte de la cultura y la tradición de esas sociedades?
¿Y la poligamia y la relegación de la mujer a ciudadana de segunda que prima en muchas sociedades? ¿Se deben permitir estos abusos y negaciones de derechos porque son tradiciones?
En consecuencia, la cualidad de tradicional no agrega virtud a ningún vicio o error.