A veces de manera tortuosa, otras veces lenta o por difíciles vericuetos, la República Dominicana avanza.

Este avance, sobre todo en relación con su pasado, se evidencia en la economía, en la vida institucional, en la vida política, aunque evidentemente menos en la búsqueda de la equidad y de la justicia, y en la transaparencia y el necesario freno a la discrecionalidad y a la corrupción en la administración pública.

Como sociedad democrática, que ansía fortalecer sus instituciones, avanzamos en la medida en que las fuerzas sociales y políticas se ponen de acuerdo y demuestran capacidad de diálogo y de concertación.

Pero tenemos por delante los intereses económicos, los intereses políticos, los intereses ideológicos, religiosos y de las fuerzas en pugna por el control de las decisiones oficiales, ya sean del Poder Ejecutivo, del Congreso, del Poder Judicial o de las instituciones relacionadas, como los organismos descentralizados.

El ejercicio del poder ha ido variando, poco a poco. El poder que tenían los gobernantes dominicanos en las últimas décadas, especialmente los que lograron reelecciones consecutivas, como Joaquín Balaguer y Leonel Fernández, era mayor que la posibilidad de decisión de Danilo Medina. Hay ahora más actores involucrados, más fuerzas interesadas y más vigilancia de las acciones discrecionales del Ejecutivo. Pese a que el presidente Danilo Medina tiene como soporte un Partido de la Liberación Dominicana que controla el Congreso Nacional, dentro del PLD hay tensiones y fuerzas que rechazan decisiones del presidente.

No es extraño que el presidente Medina haya tenido que compartir el poder con Leonel Fernández y con los actores políticos de su partido, que conviven y articulan decisiones en el poderoso Comité Político del PLD, a cuyos miembros hay que mantener en el Estado como intocables, salvo escasas excepciones. El poder de Danilo Medina tiene que compartirse con los presidentes de las Cámaras Legislativas, en particular con el de la Cámara de Diputados, que siendo peledeísta responde a Leonel Fernández y no al grupo particular del presidente.

El presidente tiene que medir con mucha cautela sus decisiones económicas en el gobierno. Por ejemplo, la cuestión salarial, porque debe consensuarla con el sector privado, que a su vez tiene sus propios sindicatos, y que tienen capacidad de resistencia y de tronchar políticas públicas.

La comunidad internacional, con presencia de organismos multilaterales y bilaterales, aparte de los embajadores, se preocupa por las decisiones interna de la República Dominicana. Es una fuerza importante, con capacidad de presión. El gobierno bien lo sabe, que ha tenido que contratar lobbistas internacionales para que le ayuden a promover decisiones y una mejoría en materia de derechos humanos, tratamiento de los migrantes y de los grupos desnacionalizados.

La oposición política, integrada por una miríada de concepciones ideológicas y políticas, igualmente tiene capacidad de presión de empujar decisiones. Hay que tomar en cuenta a los sindicatos, las asociaciones sin fines de lucro, a los grupos de la sociedad civil, y también a las iglesias. La educación es un tema prioritario, y el gobierno avanza en las inversiones en infraestructura, pero cuando se habla de calidad educativa, de inclusión de temas para la educación cívica o para fortalecer los contenidos en valores, educación sexual o historia, se crean problemas, se divide el país.

La sociedad de hoy es mucho más compleja que la de ayer. Hay actores invisibles, que no tienen un cuerpo físico ni un peso claro en las decisiones oficiales, pero que el gobierno debe tomar en cuenta: Internet y las redes sociales, ahora son un actor clave para explicar las decisiones o justificarlas. Y allí participa todo el mundo, incluyendo al propio gobierno, que debe destinar recursos para tratar de incidir, como uno más, en un ambiente inestable y complejo.

Por tanto, el ejercicio del poder ahora está mucho más disperso, distribuido, diluido y los líderes o los presidentes no tienen tanta capacidad de tomar decisiones e imponerlas, como en el pasado. Lograr que la sociedad avance, en un ambiente democrático, es una tarea mucho más compleja hoy día que en el pasado. Los presidentes autócratas se imponían, incluso no daban explicaciones.

El mundo de hoy es diferente, mcho más complejo que en el pasado. Y la República Dominicana no escapa a esta realidad. A veces pensamos que no avanzamos, pero vamos avanzando y hay que seguir empujando, pese a los desatinos del 2015 y los desafíos que nos traerá el 2016.