EL ex presidente de Brasil Luis Ignacio Lula Da Silva visitó la República Dominicana por invitación de la Cámara Dominicana de la Construcción. Además de los actos formales de saludos y de visitas obligadas, en una persona de su calidad y trascendencia, el propósito de su viaje fue ofrecer una conferencia sobre la forma de hacer frente a la crisis económica global.

La Conferencia de Lula fue brillante. Sin pretensiones teóricas, sin citar a los intelectuales o interpretes de lo que ocurre, Lula dijo claramente que sigue viviendo a unos cuantos metros de distancia del sindicato de obreros metalúrgicos al que perteneció, y que no puede ni debe traicionar con sus acciones a la clase pobre.

Lula no hizo gala de ser un hombre leído o muy bien instruido. Pero su conferencia fue magistral. Habló como un político, que lo es, y dijo con mucha sinceridad el gran desafío que tienen los líderes políticos de estos tiempos.

Sus primeras palabras fueron para afincar al público en el sentido que antes de llegar al poder un líder político debe pasar por muchas derrotas, incluyendo derrotas electorales. Dijo que pensaba que su esposa se cansaría de tantas elecciones que perdía, pero que ella lo animaba siempre a seguir adelante.

Luego vino la parte testimonial, como presidente de Brasil. No habla ningún otro idioma que el portugués, pero el entonces presidente de los Estados Unidos, George Bush lo llamó para felicitarlo e invitarlo a Washington. Se reunieron y la petición de Bush fue que enviara soldados a una guerra contra Osama bin Laden. Que era una guerra necesaria, le dijo.

La respuesta de Lula fue clara y directa. No iremos a esa guerra, porque no somos parte de los objetivos de Osama, esa gente no ha afectado a Brasil y esa guerra no le toca a Brasil. La guerra que tiene Brasil es contra el hambre, contra el analfabetismo, contra la desigualdad, y esa es la guerra que mi presidencia dará en mi gobierno. Esa fue su respuesta.

Y fue contando los detalles de su gestión. Cómo se dedicó a conocer su inmenso país. Dijo que recorrió 90 mil kilómetros en varios años y que pudo conocer las virtudes y dificultades de su gente. Nadie que no conozca su país puede pretender dirigirlo, explicó.

Luego lanzó varios programas. Se convenció que la única manera de combatir la pobreza era haciendo que los pobres tuvieran acceso a los bienes y servicios disponibles, que pudieran ir al supermercado, al cine, a los salones de belleza, disfrutar de un vehículo, una casa, de un teléfono móvil, y de un Ipad o de un Iphone.

Fue brillante en el modo de explicar la integración de los pobres de Brasil al consumo. Se amplió el mercado de Brasil, primero para los brasileños excluidos, y luego para el exterior. Y llegaron las exportaciones, la creación de riqueza, el crédito para los pobres, para las clases medias.

Y habló sobre los ahorros del gobierno. De ser un deudor del FMI, Brasil pasó a ser una de las naciones que más aporta al FMI. Las reservas crecieron, los bancos aumentaron sus disponibilidades, y hubo creación de empresas. Con la conciencia de que ningún gobierno debe gastar más de lo que recibe.

Esa fue una lección importante, dijo. Hay que ahorrar, hay que hacer el esfuerzo por estimular el consumo, pero el gobierno tiene que ceñirse a un modelo de administración que no sea dispendioso.

La charla de Lula, sin citas de teóricos, ni grandes pretensiones intelectuales, fue la mejor conferencia que se pudo ofrecer con una visión política en un país como la República Dominicana y ante unos gobiernos ambiciosos para gastarlo todo, que confían poco en las posibilidades nacionales para hacer frente a la crisis, o que dependen excesivamente del crédito externo, incluso para financiar el presupuesto del país.

Buena charla la de Lula.