La festividad de la navidad nos contagia con el ambiente de alegría que estas fechas traen, al tiempo que la agradable brisa de diciembre nos llena de regocijo y nos permite compartir en ambientes al aire libre con mayor libertad y tranquilidad. Ese ambiente festivo no lo tienen las personas que, por diversos motivos, guardan prisión en las cárceles dominicanas.
Las cárceles son para los que infringen la ley, para los que cometen crímenes y otros delitos penales. Y se suponen, solo eso, se suponen destinadas a reformar al que delinque.
No hay que irse muy lejos para conocer lo que son las cárceles: representaciones del infierno, si nos atenemos a lo que Dante describió en su célebre obra La Divina Comedia. La Cárcel Modelo de Najayo fue construida para una población carcelaria de 720 personas y hoy está ocupada por lo menos por 3,000 prisioneros. Y es la cárcel modelo.
El hacinamiento, la insalubridad, las injusticias, las condiciones infrahumanas en que viven quienes pueblan las paredes de los infiernos que son las cárceles dominicanas, son el sello distintitivo de estos antros, que carecen de servicios esenciales, como el agua, la energía eléctrica, la ventilación.
Los testimonios que proceden de las cárceles dominicanas es que son centros de especialización en sobrevivencia, en delincuencia, en nuevos crímenes, en violaciones sexuales y en muchos otros delitos, de los cuales quisiéramos estar lo más alejado posible. En las cárceles se están formando nuevos delincuentes, cada día con más sofisticación.
La ley dominicana y las normas internacionales ordenan que las autoridades ofrezcan un trato humano a los prisioneros. Que le ofrezcan alimentación, atención médica, agua potable para el consumo y para su higiene, pero eso ocurre precariamente y en las condiciones en que la autoridad lo determina.
El nuevo sistema carcelario, el sistema moderno, tiene bajo su control aproximadamente 5 mil prisioneros. Es una forma de hacer justicia y de educar y cumplir con el mandato de la ley. Pero este nuevo modelo carcelario consume más del 60 por ciento del presupuesto de la Dirección de Prisiones, lo que deja fuera de toda ayuda o mejora a los prisioneros en el viejo sistema, que sobrepasan los 15 mil prisioneros.
La Procuraduría General de la República es la que tiene la responsabilidad de mejorar la situación carcelaria, es la que tiene la administración de las prisiones, es la que debe controlar toda la corrupción que hay en los alrededores de todas las cárceles. Porque, sin que haya posibilidad de negarlo, alrededor de cada centro penitenciario se mueven millones de pesos en prebendas, privilegios, extorsiones, favores y muchas otras modalidades de venta de favores.
“La prisión no impide que los actos antisociales se produzcan; por el contrario, aumenta su número. No mejora a los que van a parar a ella. Refórmesela tanto como se quiera, siempre será una privación de libertad, un medio ficticio como el convento, que torna al prisionero cada vez menos propio para la vida en sociedad. No consigue lo que se propone. Mancha a la sociedad. Debe desaparecer”. Esto lo dijo el escritor ruso Peter Kropotkin en 1887.
No estamos lejos de esta realidad. No estamos reformando, y no dedicamos los recursos económicos, ni el personal especializado, ni la atención política que requiere el sistema carcelario del país.
¿Quién mete la mano? Algo habría que hacer, a menos que se deje como está para seguir metiendo miedo y la gente tema tanto ir a la cárcel que esperamos se arrepientan de sus delitos antes de cometerlos. Lo que no ocurre ni ha ocurrido nunca, en ningún lugar.