Manipular un acto solemne de graduación como arma de propaganda partidista es una acción reprochable. Así lo reconoce implícitamente la posterior prohibición oficial de suspender hasta después de las elecciones todo evento similar relacionado con el plan de alfabetización nacional. Y es que la educación es un proyecto colectivo que debe ser respetado por las fuerzas partidistas, dejando las instituciones y programas educativos fuera del ámbito de su lucha por el poder, aunque sabemos que en nuestro medio históricamente no ha sido así. Se supone que para cambiar esa mala herencia de nuestro pasado y hacer de la educación un proyecto nacional se consensuó el Pacto Educativo.
Quizás sea injusto, pero cualquier traspié puede desencadenar cuestionamientos sin fin, sobre todo cuando- en lugar de reconocer inmediatamente, en acto de contrición, el tropezón propio – se acusa sin fundamento a un tercero de poner zancadilla. No cortar por lo sano es correr un riesgo muy grande, porque no solo puede echar a perder una importante obra de justicia social como es la alfabetización, sino que también suele socavar la confianza en la entereza de las autoridades encargadas de conducir la nación hacia el desarrollo integral sostenible.
Sacar provecho con fines de propaganda partidista es un hecho deleznable que con frecuencia lleva a soslayar los verdaderos objetivos de los programas y las instituciones de educación, al anteponer la difusión y cacareo de sus logros, atribuyéndolos en particular a un protagonista en lugar de resaltar el trabajo en equipo de la comunidad educativa. Quien en primera instancia se sale con la suya al utilizar logros educativos para fines de su propia promoción como candidato, muchas veces pasa a magnificar los resultados y luego a concebir planes y programas diseñados primordialmente para la auto promoción en lugar de sustentarlos en principios pedagógicos sólidos, haciendo pasar su propaganda bajo el manto de obra social educativa. Entonces en lugar de concentrarse en brindar oportunidades de aprendizaje de calidad a los educandos, se enfoca en obras y acciones de relumbrón, sin importar el costo ni las frustraciones que luego desprestigian el valor de la educación como medio de superación personal y colectiva.
Precisamente por las anteriores razones es que resulta muy peligroso dejar pasar por alto cualquier asomo de manipulación del quehacer educativo con fines de propaganda partidista y promoción de candidaturas, y se hace imperativo sancionar todo asomo de este aberrante fenómeno, tomando medidas para impedir su repetición en el futuro. No debemos dejar pasar la oportunidad de aprender una lección, ya que de educación se trata.