En tiempos turbulentos es común cuestionar la sensatez de seguir invirtiendo. Hay que tener temple para no espantarse en la tempestad, apreciar la perspectiva a largo plazo, y considerar las opciones en tiempos de cambios rápidos. Dejar de invertir suele ser una medida drástica, producto de la histeria, existiendo opciones como la adecuación temporal de la estrategia de inversión a largo plazo.

Hemos arribado a un estadio que provoca dudas en algunas personas sobre la conveniencia de seguir invirtiendo fondos públicos en educación, y no es solo en nuestro país donde se cuestiona el sacrificio social del 4% en vista de recientes acontecimientos. La publicación por la editorial de la universidad de Princeton de un libro con título para provocar, The Case against Education: Why the Education System Is a Waste of Time and Money, de la autoría del economista Bryan Caplan, es una muestra de una visión extremista del cuestionamiento sobre el valor de la educación como bien social en una economía posindustrial. El autor postula que la educación pública es un desperdicio de tiempo y dinero, y que Estados Unidos debería  dejar de invertir en ella. Para conocer todos sus argumentos en detalle habría que leer las 416 páginas publicadas hace poco más de 15 días, pero en un ensayo publicado en The Atlantic se puede leer una sinopsis de su pensamiento, escrita por el propio autor. Al final de su breve ensayo, Caplan resume su tesis en un breve párrafo:

“Hoy las sociedades civilizadas giran en torno a la educación, mas existe una mejor- incluso, más civilizada- manera. Si todo el mundo tuviese un título universitario, el resultado no sería buenos empleos para todos, sino una desbocada inflación de credenciales. Intentar propagar el éxito con educación propaga la educación mas no el éxito.”

En lo que parece ser una cínica caricatura de su postura, Caplan no cuestiona la conveniencia de invertir fondos públicos alegando baja calidad de la educación, sino por su percepción de la incapacidad de la educación para mejorar la eficiencia de la sociedad en términos simplistas. Aunque a decir verdad, lo hace para polemizar, pues en la obra su argumentación es mucho más compleja. En todo caso su tesis nos debe servir para reflexionar sobre las políticas educativas en la era del conocimiento.

En nuestra sociedad, diversas voces empiezan a cuestionar- en momentos críticos- la decisión de invertir el 4% del PIB en la educación preuniversitaria, justamente cuando deberíamos insistir en canalizar mayores (y mejores) recursos a pagar la hipoteca social que representa el abandono del sistema escolar estatal durante décadas. En lugar de enfocar el problema nodal de la baja calidad de los aprendizajes, se amenaza con descontinuar el sacrificio social porque no ha producido resultados instantáneos. Por qué mejor no destacar que lo primordial sería acelerar el proceso de relevo generacional de los actuales educadores, intensificando y mejorando los procesos de reclutamiento y formación inicial de nuevos maestros para sustituir a los actuales profesores (en su gran mayoría víctimas históricas del sistema escolar que pretendemos transformar). No hacemos nada con castigar a los educadores formados por un sistema escolar en bancarrota, porque son incapaces de transformarse, pues según la reciente evaluación generalmente se sienten conformes o complacidos con su desempeño pedagógico. Los maestros actuales- en preponderante mayoría- son egresados de una escuela en ruinas, y ni siquiera fueron los alumnos más destacados, ni tuvieron ayuda o apoyo especial para formarse como educadores. Al contrario, muchos optaron por el magisterio porque era la única carrera a su alcance, no necesariamente por aptitud o vocación. Y que conste, que hay muchas excepciones de buenos educadores en nuestras escuelas, sobre todo por sus auténticos deseos de superarse para mejorar las oportunidades de aprendizaje de sus alumnos. Pero son insuficientes para generar espontáneamente un cambio sistémico hacia la mejora de la calidad.

Es verdad que el 4% de nada servirá si no cambiamos esta triste realidad. El 4% ha permitido mejorar el paquete de compensación e incentivos a los educadores. La inversión también ha mejorado las condiciones- la infraestructura escolar y el tiempo disponible- para los procesos educativos. Aun no se ha visto el impacto de  la inversión en el desempeño pedagógico y actitudinal de los educadores en su conjunto, y por ende mucho menos en los resultados académicos y el comportamiento de los alumnos. Se viene trabajando en la formación de maestros (el ISFODOSU a la vanguardia), pero la realidad es que los candidatos a los programas de estudio siguen llegando con formación deficiente, pues provienen de las escuelas y los liceos que les han fallado. Para revertir esta patética realidad, necesariamente se requiere de una intervención temprana. En lugar de gastar en programas propedéuticos que al final son solo un paliativo, mejor es invertir en programas para reforzar y mejorar los aprendizajes de los jóvenes destacados desde los últimos años de básica y durante la educación media, desarrollando prospectos para los programas de formación inicial de maestros. Tenemos que dedicar nuestros mejores recursos para formar a estas nuevas cohortes de maestros, y la clave es empezar temprano.

Tenemos que volcar mayores recursos a la gran tarea de formar miles de educadores, seleccionando a los mejores prospectos y dedicando cuantiosos recursos (con parte del 4%), para formarlos y acompañarlos en la misión de crear verdaderas oportunidades de aprendizaje para nuestros niños y jóvenes. Y armarnos de paciencia, pues los resultados no se verán en las próximas pruebas. En 10 años, los nuevos maestros harán la diferencia en la calidad de los aprendizajes de nuestros niños y jóvenes, no antes. Los que llevamos varias décadas propugnando por la urgencia de mejorar la calidad de nuestras escuelas sabemos que diez años no es nada en educación. No sugerimos quedarnos de brazos caídos mientras formamos a los nuevos educadores: debemos seguir arando con los bueyes que tenemos, cumpliendo con horario y calendario lectivo, mejorando la gestión, utilizando las tecnologías, y un largo etcétera de acciones para perfeccionar lo que ocurre en nuestras escuelas día a día. Pero no podemos pedir peras al olmo.

El otro camino es resignarnos a la imposibilidad de transformar la educación dominicana y volver al abandono de la escuela pública, una segura manera de acabar de sepultar nuestra república.   ¿Invertir o no invertir?

Lecturas:

https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2018/01/whats-college-good-for/546590/

https://www.vox.com/conversations/2018/2/16/16870408/public-education-libertarianism-democracy-bryan-caplan