Más de 300,000 niños, niñas y adolescentes se ven obligados a trabajar en nuestro país, según datos de ENHOGAR (2014). Esto representaría el 12.8 % de los niños, niñas y adolescentes de 5 a 17 años de edad.
Nuestra legislación prohíbe que los niños menores de 14 años trabajen y establece amplias restricciones para los menores de 16 años. A nivel Constitucional se declara además, del más alto interés nacional la erradicación del trabajo infantil.
En términos prácticos esto significa que miles de niños y niñas a lo largo y ancho del territorio nacional salen cada día de sus casas con el objetivo de realizar alguna tarea laboral para aportar a la economía familiar. Una economía mísera, porque los niños y niñas que se ven en la obligación de trabajar no pertenecen a los quintiles acomodados ni solventes.
Estos niños y niñas transitan invisibles en el día a día de nuestra sociedad. Su infancia corre el riesgo de perderse, y su inocencia se ha visto interrumpida por la necesidad y la desprotección. La normalización, la apatía y el individualismo son parte también de una ecuación no resuelta.
Acumulamos una deuda en crecimiento. Estos niños y niñas no pueden completar, o si quiera asistir a la escuela, sus ratos de juego y diversión son limitados por las responsabilidades de adultos que desempeñan, muchos sufren distintos tipos de abusos durante sus incalculadas jornadas laborales. Uno de los más visibles es el abuso verbal, humillaciones y vejaciones, que son a menudo recurrentes hacia los niños limpiabotas o aquellos que piden en las principales avenidas de las ciudades.
No logramos ponernos en sus zapatos, no alcanzamos a divisar cuál es su realidad y porque en vez de estar en la escuela y disfrutar de la imaginación, el juego y los descubrimientos propios de los años de inocencia, están trabajando, como adultos y bajo riesgos y peligros constantes.
Es obligación del Estado garantizar los derechos de niños, niñas y adolescentes, pero como sociedad también debemos actuar, y para actuar primero hay que ser conscientes, deconstruir la normalización y empatizar con nuestro medio, porque en una sociedad la pérdida de unos supone la pérdida de todos. Pensar que el problema es ajeno, es negar nuestro propio desarrollo.
Es además un deber moral, se lo debemos a los miles de niños y niñas que engrosan las estadísticas, porque los Derechos son universales, interdependientes e indivisibles. Vulnerado un Derecho el efecto dominó actúa para con todos los demás.
Con motivo del Día Mundial de Lucha contra el Trabajo Infantil nuestro llamado es a la reflexión de todos y todas, porque somos determinantes en los cambios sociales, en la correcta implementación de las políticas públicas, en la construcción de sociedades inclusivas y de derechos, y en el desarrollo y garantía de oportunidades iguales para todos y todas sin excepción.
No dejemos que ningún niño o niña se quede atrás.