¡Grande es la palabra cuando cabalga en la razón! – José Martí

Hasta ahora no hay disputa sobre los méritos de la obra literaria de Mario Vargas Llosa. Ni siquiera los pocos dominicanos que denigran el valor artístico de la narrativa de Junot Díaz y Julia Alvarez desconocen el genio literario del escritor universal de origen peruano. Aun los más críticos del otorgamiento del Premio Internacional de Literatura Pedro Henríquez Ureña 2016 conceden que el jurado del Nobel de Literatura 2010 no se equivocó ni actuó por consideraciones políticas al reconocer la excelencia de la obra literaria de Vargas Llosa (que no quiere decir que sea infalible ni que todos sus escritos sean obras maestras). Por ende el jurado independiente designado por el Ministerio de Cultura ha cumplido fielmente su mandato de seleccionar al galardonado en atención a sus méritos como escritor, pues no fueron parte de sus criterios la vida personal de Mario Vargas Llosa, ni su ideología y carrera políticas. Y el Ministro de Cultura ha actuado correctamente al acatar y defender la decisión que no podía vetar u objetar por sus atribuciones ministeriales sin hacer el ridículo y desacreditar por completo el proceso de selección por un jurado de académicos, sepultando el prestigio del Premio.

Pero nosotros proponemos ir más lejos, pues honrar honra. Vargas Llosa merece ser reconocido no solo por su gran obra literaria sino también por su sincera amistad y compromiso, evidenciados en sus declaraciones de admiración y amor por los dominicanos, aun en las circunstancias más difíciles. Ese gran maestro de la palabra y enamorado de nuestro pueblo  describe el hablar criollo- que él conoce bien por sus repetidas visitas al país desde 1974 y por haberlo estudiado en el proceso de producir La fiesta del chivo- como “el bello y musical español de sabor dominicano”. ¿Hablan así nuestros enemigos y detractores?

Vargas Llosa declara sin tapujos su amor y admiración por Quisqueya al escribir con pasión:

Quiero mucho a la República Dominicana, desde que visité ese país por primera vez, en 1974, para hacer un documental televisivo. Desde entonces he vuelto muchas veces y con alegría lo he visto democratizarse, modernizarse, en todos estos años, a un ritmo más veloz que el de muchos otros países latinoamericanos sin que se reconozca siempre su transformación como merecería.”

Vargas Llosa no solo reconoce con sinceridad su alta valoración de los avances de nuestro país desde la Era de Trujillo hasta nuestros días y el cariño que él siente por nuestra forma de ser y hablar, sino que pincela con emoción la magnánima solidaridad de los dominicanos, manifestada de manera espontánea y efusiva en la cotidianeidad, pero sobre todo en momentos de tragedia:

“Lo fue también cuando ocurrió el terrible terremoto que devastó a su país vecino, Haití, en enero de 2010. ¿Cómo actuó la República Dominicana en esa ocasión? El Presidente Leonel Fernández voló de inmediato a Puerto Príncipe a ofrecer ayuda y ésta se volcó con una abundancia y generosidad formidables. Yo recuerdo todavía los hospitales dominicanos repletos de víctimas haitianas y los médicos y enfermeras dominicanos que volaron a Haití a prestar sus servicios. Esa es la verdadera cara de la República Dominicana…”

Esa es la verdadera cara del afamado escritor, y no solo ahora después de recibir la noticia de su premiación. Todas las anteriores citas, que captan el profundo sentir de Vargas Llosa, vienen de su artículo de noviembre 2013, “Los parias del Caribe”*, texto que ha provocado toda clase de infundados vituperios en su contra de parte de muchas personas que no se han molestado en leer el fino ensayo más allá del título o quizás tienen un nivel de comprensión lectora muy bajo (nos resistimos a pensar en algo peor). En ningún lugar del vilipendiado escrito el autor habla mal del pueblo dominicano, ni del Estado ni de su gobierno, limitándose a criticar con argumentos razonados la Sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional, ciertamente con pasión y fuerza, pero también destacando la valentía de los dos votos disidentes en esa decisión y las muchas voces criollas que salieron inmediatamente en defensa de los más marginados. Precisamente ese escrito que contiene declaraciones de los sentimientos más puros es la base del inmerecido rechazo de Vargas Llosa inspirado en la soberbianía.

De hecho Vargas Llosa, narrador innato que es, inicia relatando el “drama humano” de Juliana Deguis Pierre y contextualizando el fallo constitucional que “…ha puesto a la República Dominicana en la picota de la opinión pública internacional y ha hecho de Juliana Deguis Pierre un símbolo de la tragedia de cerca de 200.000 dominicanos de origen haitiano (según Laura Bingham, de la Open Society Justice Initiative)...” Puede gustarnos o no, pero es un hecho incontrovertible el efecto nefasto que la 168/13 tuvo sobre la imagen del país en la opinión pública internacional así como la notoriedad que alcanzó Juliana por el fallo judicial y su secuela, y no por fabulación ni confabulación del novelista. ¿Puede ser insultante el describir cándidamente los efectos de la malhadada sentencia, que tantos sinsabores ha provocado y sigue teniendo en la vida de miles de dominicanos de ascendencia haitiana y en la reputación internacional del país, a pesar de la acción paliativa de la Ley 169/14? Insultante soberbianía es decir que Vargas Llosa forma parte de una trama para fusionar la Patria con Haití, y que todos los que criticamos la Sentencia 168/13 participamos en la traición, cuando lo que se trata es de defender los derechos humanos de los descendientes de inmigrantes haitianos que nacieron, se criaron y conviven entre nosotros.

En ningún lugar del frecuentemente tergiversado artículo dice el caballero intelectual que los dominicanos somos fascistas. El Tribunal Constitucional como institución del Estado dominicano no es juzgado por Vargas Llosa con epítetos. Con mesura escribe: “La sentencia del Tribunal Constitucional dominicano es una aberración jurídica y parece directamente inspirada en las famosas leyes hitlerianas de los años treinta dictadas por los jueces alemanes nazis para privar de la nacionalidad alemana a los judíos que llevaban muchos años (muchos siglos) avecindados en ese país y eran parte constitutiva de su sociedad.  En esencia es la opinión de un pensador que critica la Sentencia, no al pueblo dominicano ni al Estado, ni siquiera al Tribunal Constitucional en su conjunto, sino a los jueces que votaron el cruel fallo y algunas personas que apoyan la 168/13. En su apasionado estilo ciertamente ha utilizado expresiones fuertes que pudo haber evitado en un momento de mayor ecuanimidad, pero no cambia su motivación ni su argumento.

El bien labrado ensayo prosigue explicando que la Sentencia contradice la disposición legal de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso de Yean y Bosico (2005), y que con seguridad ese tribunal volverá a confirmar esa decisión sobre el derecho a nacionalidad (¿se puede negar esta aseveración?). Y a seguidas viene la clave del título, pues Vargas Llosa especula con boca de chivo que “…la República Dominicana tendrá que acatar esta decisión, a menos que decida —algo muy improbable— retirarse del sistema legal interamericano y convertirse a su vez en un país paria.”

Motivado por su respeto y cariño Vargas Llosa calificó de “improbable” el retiro del país del sistema legal interamericano, y en ese detalle erró. Pero acertó en advertir que la nación se convertiría en un país paria si se insistiese  en castigar a los hijos de haitianos por haberse establecido sus padres “irregularmente” en nuestro territorio. Pues precisamente eso ocurrió al ser condenada por organismos regionales e internacionales, agravándose la situación al conocerse la segunda aberrante sentencia del Tribunal Constitucional que “determinó” contra toda lógica que la República Dominicana nunca se adhirió a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Solo la Ley 169/14 ha podido parcialmente mitigar la condena internacional a las dos infortunadas sentencias del Tribunal Constitucional.

Vargas Llosa se ocupó del caso dominicano precisamente porque tiene lazos estrechos con este pueblo, y siente por nosotros, y no solamente por la élite intelectual y social sino por los más desposeídos. Su compasión es tal, que por lo menos cuando escribió “Los parias del Caribe”, confesó que “Por eso me apena profundamente ver la tempestad de críticas que llueven sobre el Tribunal Constitucional y su insensata sentencia.” Vargas Llosa hace la clara distinción entre críticas a la Sentencia- y las suyas han sido implacables- y críticas a la República Dominicana. Además advierte que, de persistir en el error, nos convertiríamos en país paria. A pesar de la insistencia de un grupo muy vociferante de autoproclamados defensores de la soberanía, y gracias a los esfuerzos de muchos nacionales y amigos extranjeros, se ha podido mitigar los efectos de la Sentencia 168/13, y así evitar convertirnos en parias de la comunidad internacional. Eso mismo ha señalado con gallardía el galardonado escritor en sus comentarios en ocasión de conocer la noticia sobre el Premio Pedro Henríquez Ureña.

Esa es la verdadera cara de Mario Vargas Llosa, quien escribió “Los parias del Caribe” compungido por el dolor que le provocó la cruel Sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional, no por odio a los dominicanos. Él ha demostrado con hechos su firme compromiso para con nosotros, y es justo reconocer su contribución a una mejor República Dominicana más allá del premio por su obra literaria hispanoamericana de alcance universal.

Honor a quien honor merece.

*Todas las citas textuales pueden ser verificadas en el enlace: http://elpais.com/elpais/2013/10/31/opinion/1383233998_965346.html