El fallecimiento, la pasada semana, de doña Gladys Gutiérrez, enluta una gran parte de la sociedad dominicana. Nos identificamos con su familia y con quienes, como ella, asumieron compromisos políticos y éticos por la libertad y la honestidad en todos los ámbitos de la sociedad dominicana, y se enfrentaron al poder violento de los 12 años, como lo hizo Gladys Gutiérrez y como lo hizo su esposo Henry Segarra Santos, asesinado por su trabajo político y militancia en el Movimiento Popular Dominicano.
Fue militante política de izquierda, junto a su esposo, fue víctima de la violencia en la época de Joaquín Balaguer, sufrió el exilio político y finalmente recaló en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde siempre insufló esperanzas, disciplina, amor por los estudios y la lectura a todos los estudiantes que recibía en el Economato de la UASD, donde trabajó varios años.
Se unió al Partido de la Liberación Dominicana y fue diputada y secretaria de Estado de la Mujer, y nunca se le vinculó con actos deshonestos, ni con patrañas de las que ya son comunes a muchos cuadros y dirigentes de ese partido. Gladys Gutiérrez se comportó siempre con la dignidad que su historia progresista demandaba.
Más que recibir, Gladys Gutiérrez fue a hacer aportes al PLD. Le cedió su martirologio, su historia de tragedia revolucionaria, su dignidad de mujer honrada y trabajadora, de dama prudente cuando de asuntos de Estado se trataba, y de consejera bienintencionada de muchos jóvenes del PLD, algunos de los cuales se descarrilaron en el camino ético, pero jamás conservaron la confianza ni el amor que prodigaba Gladys Gutiérrez.
Paz a su alma, tranquilidad a su familia y que su ejemplo persista siempre en la sociedad dominicana, de amor por la justicia, por la igualdad y por la dignidad.