Paradojas de la vida y de la política. Antonio Guzmán, presidente de la República que no aspiró a la reelección, pudiendo hacerlo porque estaba permitido el continuismo, se suicidó un día 4 de julio de 1982, ocupando aún la silla presidencial.

Todas las historias que se han contado resultan incompletas y lo seguirán siendo, porque el presidente del país se suicidó teniendo una hermosa familia, una gran esposa, habiendo desempeñado una función pública con gran valor y quedaba para la historia como el presidente que abrió las compuertas de la democracia, quien permitió el regreso de los exiliados, dio libertad a los presos políticos, eliminó el jefismo oportunista y político que había en el aparato militar y policial.

Guzmán fue un gran presidente, en una época difícil, llena de temores y de terrores, con un Joaquín Balaguer que no quería soltar el poder, que se quedó con el control del Senado de la República al despojar al PRD de cuatro senadurías, en forma arbitraria.

Antonio Guzmán tenía el apoyo de un gran líder, el doctor José Francisco Peña Gómez, y detrás de este de un PRD que era opuesto a la reelección presidencial, que aspiraba a redimir al país de las trabas ancestrales y que siempre dijo que era la esperanza nacional.

Por eso Guzmán fue el ejecutor de una política híbrida, conservadora, entre las aspiraciones del PRD y las suyas propias. Hizo de “mi gobierno”, como le llamaba, una gestión tradicional y ortodoxa, cediendo en las libertades públicas, soltando poco a poco las cuerdas progresistas que deseaba su partido, pero con una administración personalista, con la burócratas de su confianza, incluyendo familiares, y un equipo asesor en materia económica que no necesariamente respondía a las expectativas de los líderes del PRD.

No se sabe por qué se suicidó Antonio Guzmán. Unos dicen que Jorge Blanco, quien ganó la convención y luego las elecciones, y le sucedería en el poder, realizaría una caza de brujas a los familiares cercanos al presidente. Otros dicen que habría corrupción y que él no soportaría el escarnio público. Otros dicen que no soportó la descomprensión del poder, y que dejar la presidencia no era algo que había procesado concientemente.

Todas son hipótesis, porque Guzmán se llevó sus razones a la tumba. Murió y se llevó consigo las razones de su depresión.

La historia y el pueblo lo han juzgado bien. Cada vez que se ha analizado su desempeño, la mayoría de la población dice que fue el mejor presidente que ha tenido la República Dominicana en toda su historia. La gente lo recuerda como un hombre honesto, un político poco común, que nunca asumió ningún extremo, pese a las presiones de su partido.

Una gran parte de la población que conoció la gestión de gobierno de Antonio Guzmán está convencida que, si hubiese seguido con vida y en la política, era casi seguro que retornara a la presidencia de la República luego de su primera gestión. Es lo que ha pasado en el país. Balaguer retornó en 1986, por 10 años más, luego de que se le considerara un cadáver político, Leonel Fernández también retornó luego de su primera gestión en 1996, y ahora, Hipólito Mejía busca retornar luego de su gestión en el 2000.

Paradojas de la vida y de la política dominicana. A la distancia su legado crece en la conciencia pública. Antes no se podía viajar a todo el mundo, y Don Antonio eliminó esas trabas. La fecha en que murió Guzman coincidió con el aniversario del retorno de los enviados del PRD al país, para iniciar el proceso democrático, luego de la caída de la dictadura trujillista.

Es un caso de sumo interés que merece ser analizado y reflexionado. Ya lo hizo José Baéz Guerrero con un libro valioso y bien documentado. Hecen falta nuevas reflexiones sobre la gestión de gobierno de Don Antonio Guzmán Fernández.