Nuestros políticos son abundantemente afortunados. La fama los convierte en personajes históricos. Trabajan con la materia más dúctil, la política, y sin ser virtuosos de la palabra se las arreglan para vivir del discurso. Llegan a las instituciones del Estado, toman decisiones, ordenan, mandan y siguen escalando tan alto como les resulta posible, hasta conquistar el puesto más apetecido: la presidencia de la República.
Los políticos tienen la ventaja de administrar el presupuesto público. Jamás se preocupan por el pago de una nómina, por el Estado de las cuentas de donde salen los fondos que administran. Y si les viene algún déficit, porque gastan más de lo que reciben, jamás se preocupan, pues entienden que con el siguiente presupuesto eso se arregla. Además, ningún Estado quiebra, y menos aquellos que tienen fuentes de donde recibir fondos, que son los impuestos que pagan las empresas, los ciudadanos, entre los que se incluyen la renta, a las ganancias, al patrimonio, el anticipo, el selectivo, el itebis, a la propiedad, el IPI y muchas otras tantas fórmulas para engrosar los fondos a gastar.
Hay economistas, académicos, empresarios, organismos internacionales que recomiendan que el gasto público sea controlado. Se pide que haya calidad en el gasto público. Que por el hecho de ser el gobierno quien compre la construcción de una escuela, por ejemplo, no tiene que salir más cara que si la construyera alguien del sector privado.
Lo que ha ocurrido en los últimos tiempos es que el presupuesto público aumenta constantemente. En este año 2016 el presupuesto de gastos del gobierno llegó a los 800 mil millones de pesos. Eso incluye el cobro de los impuestos y también la recepción de dinero proveniente de préstamos, así como la cooperación internacional.
Los políticos se auxilian de economistas y expertos en finanzas públicas. Y buscan la manera de captar cada día más dinero, por vía de la evasión fiscal, que es un crimen. Ningún político evade el pago de los impuestos. No genera riqueza, la consume. Quienes generan riquezas son los empresarios, los que pagan nómina, aquellos que se atreven a innovar y a generar empleos. Y lo hacen de forma que sean eficientes, que se paguen a sí mismos y generen un excedente, que es la ganancia, que tiene que pagar impuestos al gobierno.
Claro que hay evasores de impuestos, que se arriesgan a ser descubiertos. El problema es que muchos evasores de impuestos, conscientes del riesgo en que entran con sus actuaciones, se asocian a políticos, financian a políticos, y de ese modo consiguen impunidad, y las instituciones de la democracia se atomizan y la inequidad se hace dueña de las decisiones de las instituciones públicas, incluyendo a los cobradores de impuestos a los organismos de la justicia.
Un país, como la República Dominicana, que tiene un gobierno que se gaste cada año más de 800 mil millones de pesos, y que apenas resuelva cuestiones mínimas y no los grandes problemas, está destinado a revisarse y cambiar el rumbo. Un país donde sea el gobierno que genere aproximadamente el 20% de los empleos cada año, está destinado a perecer amarrado por el clientelismo.
Un país donde el gobierno no fomente políticas de creación de empleos en el sector privado, para generar riquezas, y deba dar pasto para la alimentación de una burocracia estatal parasitaria, está destinado a hundirse. Un país donde los riferos se convierten en rentistas políticos, que toman las decisiones en las direcciones de los partidos y en las instituciones emblemáticas de la democracia, como el Congreso Nacional, debe revisarse. Un país donde los pueblos tienen más bancas de apuestas que escuelas refleja sombras sobre su propio futuro, y que los políticos están en el deber de iluminar.
Y parece, lamentablemente, que somos un país gobernado por burócratas que nunca han pagado una nómina, ni han generado riqueza por emprender negocios, y por riferos especialistas en sacar el dinerito de los bolsillos a los más pobres e ignorantes.