La anexión de la República Dominicana a España, luego de haber obtenido su independencia de Haití, fue una terrible iniquidad de Pedro Santana.
Santana no creyó en la independencia dominicana, pese a todos los esfuerzos que hizo para obtener la presidencia de la República, incluso apresando a Juan Pablo Duarte, y reduciendo a prisión a muchos de los febreristas duartianos, que como Matías Ramón Mella, intentaron estimular al padre de la patria a promoverse como posible presidente.
Federico García Godoy, en la historia novelada titulada Rufinito, da cuenta de la reacción del patricio ante las presiones de Mella y otros independentistas que lo estimulaban como posible presidente: Si buscar la presidencia era una forma de coronar su obra, los Trinitarios habían fracasado en su intento separatista, porque eso no era lo que Duarte deseaba ni aspiraba. Jamás le animó el deseo de postularse como presidente de la República.
Santana secuestró el poder político, mantuvo en sus manos el poder militar, y finalmente tomó la decisión que anhelaba: se cobijó bajo la bandera del entonces imperio español y convirtió la recién declarada república en un nuevo feudo de la españa monárquica. Y Pedro Santana pasó de presidente a Gobernador, con el título nobiliario de Marqués de las Carreras.
La guerra de Restauración de la República comenzó rápidamente con las proclamas renovadas de independencia de los diversos pueblos y regiones del país. Poco a poco las tropas monárquicas de Isabel II fueron sucumbiendo al impacto y la fiereza del ejército popular dominicano.
Al conocerse de la ignominiosa decisión de Pedro Santana, líderes y luchadores anticolonialistas de diferentes países de América se pronunciaron contra tal vileza, incluyendo al ecuatoriano Juan Montalvo y al mexicano Benito Juárez. Fue en febrero de 1863 cuando estalló un poderoso movimiento en el Cibao. San Francisco, Moca, el Sur hicieron proclamas contra los interventores españoles. La guerra pudo terminar el septiembre de 1863, según Santiago Castro Ventura, lo que fue impedido por el envío de miles de tropas procedentes de Santiago de Cuba, que ayudaron a rescatar a los anexionistas que estaban cercados en Puerto Plata y en Santiago.
La disparidad de los ejércitos dominicano y el español era abismal. España dispuso de más de 30 mil soldados, entrenados, bien armados, que antes de llegar a la isla se aclimataron en Cuba. Mientras que el ejército dominicano estaba mal equipado, peor entrenado, pero iba formado por campesinos, hombres de trabajo que ansiaban la independencia dominicana. Eran menos de 15 mil hombres los que finalmente ganaron la guerra.
De acuerdo con Emilio Cordero Michel, de la Restauración de la República, por la solidaridad y presencia de patriotas de obras islas del caribe, como Emeterio Betances, libertador de Puerto Rico, fue posible el surgimiento del antillanismo, que durante mucho tiempo postuló por la integración de las islas. Además de Betances, Gregorio Luperón, y posteriormente Eugenio María de Hostos y José Martí, se hicieron solidarios con estos postulados y los promovieron ampliamente de diversas formas.
La Guerra de Restauración fue une epopeya impresionante. Fue la gran batalla de un pueblo humilde y harapiento contra un ejercito colonial y contra una potencia. Separación y restauración son dos momentos importantes en nuestra historia, y nos corresponde especialmente divulgar el esfuerzo y valentía en la guerra restauradora, ahora que se conmemora el 153 aniversario de la gesta.
El historiador Santiago Castro Ventura, que escribió un libro sobre este acontecimiento, publicó un ensayo en la revista Clío, de la Academia Dominicana de la Historia, en 2015, en el que sostiene que “la mayor responsabilidad del gran anonimato de nuestra Guerra Restauradora como propagadora de la gloriosa tea del anticolonialismo en las Antillas, corresponde a nosotros los dominicanos que hemos sido incapaces de promover sus valores…” Y concluye diciendo que “¡Sin dudas, el heroico alzamiento de Capotillo fue el feliz precedente de los memorables estallidos de Lares y Yara! ¡Gloria eterna para los humildes combatientes restauradores!”.