El debate sobre las primarias abiertas o cerradas ha sido largo. Ese debate, aunque envuelve de modo especial a los dos líderes del Partido de la Liberación Dominicana, se ha expandido a todo el sistema político y la sociedad civil. Todo el mundo habla a favor y en contra de las primarias abiertas.
Ese debate, sin embargo, ha opacado muchos otros temas relacionados con el funcionamiento de los partidos políticos. El contenido de la ley de partidos y movimientos políticos ha quedado rezagado, y solo se habla de las primarias abiertas o cerradas. La desproporción queda evidentemente demostrada.
Pareciera que hay alguien interesado en que solo hablemos de las primarias abiertas o cerradas. Como si de ese tema dependiera el futuro de los partidos, o como si de ese tema dependiera la democracia interna en los partidos políticos, o como si de ese tema dependiera la transparencia en la forma en que se conducen los partidos políticos dominicanos.
El país necesita de una legislación que regule a los partidos políticos, y que establezca normas para que sus organismos respeten principios que son fundamentales, como la democracia interna, el derecho que tienen todos sus miembros a elegir y ser elegidos, independientemente de que tengan plata suficiente para financiar una campaña a regidor, síndico, diputado, senador o presidente de la República.
El deber de la ley de partidos políticos es poner controles a esas organizaciones privadas de altísimo interés público para que se rijan por unas normas democráticas, bajo la supervisión de instituciones del Estado con credibilidad e idoneidad. Y que se evite el secuestro de las organizaciones políticas por caudillos que se eternizan en las direcciones, como si los relevos no existieran.
Con los fuertes liderazgos de Juan Bosch, Joaquín Balaguer y José Francisco Peña Gómez quedó demostrado que siempre es posible encontrar personas con capacidad y calidad para dirigir tanto al Estado como a las organizaciones políticas. Había gente que pensaba que Bosch, Balaguer y Peña eran insustituibles, y que ellos debían ser los líderes hasta que respiraran. Murieron y hubo sustitutos.
En el PLD surgieron Leonel Fernández y Danilo Medina. En el PRD surgieron Hipólito Mejía, Milagros Ortiz Bosch, Luis Abinader, Miguel Vargas. En el reformismo surgieron Quique Antún, Ito Bisonó, Amable Aristy o Eduardo Estrella. Lo mismo que se decía sobre la imposibilidad de sustituir a aquellos líderes se repite ahora sobre los que surgieron, y en particular sobre Leonel Fernández y Danilo Medina.
Ya se demostró que los líderes políticos no son eternos. Y que líderes jóvenes dan siempre paso a nuevos liderazgos, y que en ese sentido la democracia siempre se fortalece, y los países siempre encuentran formas de desarrollo y mejoramiento. Esas formas de fortalecer la democracia la puede aportar una buena ley de partidos políticos. Y una buena ley de partidos no se define como buena o mala si permite primarias abiertas o cerradas, sino por la garantía que ofrezca a los miembros de los partidos de que se respetarán los mecanismos de la democracia.
La democracia interna en los partidos tiene muchas lecturas. Se puede conseguir democracia interna con primarias abiertas o cerradas, siempre que se respete el derecho de cada persona a elegir y ser elegida, que no se tuerzan los mecanismos de elección, y que el dinero no se utilice para comprar voluntades.
No es demasiado lo que se pide.
Todos los que participan en el debate, en particular en el PLD, saben que el clientelismo es la clave de su éxito. Los que están con el control del Estado ahora y los que lo tuvieron en el pasado. Utilizando los recursos públicos para conseguir voluntades. Eso hay que terminarlo, y la ley de partidos, con primarias abiertas o no, puede conseguirlo.